Capítulo 16: Promesa

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Capítulo 16: Promesa

Una de las cosas que menos controlaba el hombre y más deprisa pasaba, sin que nadie pudiese hacer nada para evitarlo, era el tiempo.

El tiempo va, siempre hacia adelante, y se escurre entre los dedos de quien trate de atraparlo. Transcurría libre, sin ataduras, y siempre traía consigo cambios.

Cambios para bien, y cambios para mal.

El verano transcurrió con relativa normalidad.

Alaude y Giotto no dejaron de verse pese a las amenazas e intrigas de Kyoko; Tsuna y Kyoya seguían jugando juntos, aunque al rubio hermano del castaño no le gustó en demasía el hecho de que su pequeño fuera regalando besos a quien estuviera enfermo (se enteró porque los pilló aquel día).

—Tsu, yo sé que tú quieres mucho a Kyoya —había dicho—. Pero no es para darle besos.

—Kyo malo —replicaba—. Tuna cura Kyo. Tuna beno.

—Sé que eres bueno, pero...

El castaño se había deshecho de su agarre y cogió al azabache, lo tiró hacia abajo y le dio un beso de nuevo en los labios.

—Tuna cura Kyo. Tuna quere Kyo.

El pequeño azabache recibió una mirada asesina del rubio además de la prohibición de acercarse de esa manera a su hermanito.

Como si le fuera a hacer caso.

Giotto nunca se enteró, pero Kyoya fingía muchas veces más estar enfermo para recibir las... curaciones de Tsuna.

De eso había pasado medio año y no se cansaba de los pequeños besos que Tsuna se había acostumbrado a darle cada mañana, ahora con dulces cuatro años cumplidos unos pocos meses atrás.

La familia de Giotto nunca habían celebrado los cumpleaños más que con un gran abrazo, cariño y canciones. No podían permitirse algo como una tarta ni nada por el estilo.

Las demás festividades era más o menos lo mismo.

Por ello, el pequeño castaño se alegró un montón cuando vio por primera vez en su corta vida un pastel de chocolate dedicado solo a él, de parte del azabache.

Kyoya no era de hacer regalos, apenas y felicitaba a su hermano mayor, pero había oído decir a Giotto que Tsuna jamás había sabido lo que era un pastel.

Y como veía al niño tan ilusionado por su cumpleaños (no dejó de repetir «¡Tuna cumpe!» durante todo septiembre) pues decidió darle algo. Y como no sabía qué, se decidió por el pastel.

Decir que Tsuna estuvo encantado era poco. Estaba muy emocionado y se pasó medio día diciéndole que era el mejor.

Ahora también estaban de celebración, pero no era el cumpleaños de un pequeño remolino de cuatro años.

Más quisiera Kyoya.

—Repíteme por qué debo ponerme esto.

—Oh, Kyoya, esto se llama «crecer». Como ya tienes cinco años, te toca.

—¿Me toca qué?

—Ya sabes, pasar la Navidad en familia —rió.

—Lo hago todos los años.

—Sí, pero a partir de los cinco te toca ir también a la fiesta.

—No.

—Sí.

—Odio las multitudes. ¿Por qué demonios crees que hago que me castiguen cuando hay una?

—Yo también las odio, ¿y me ves quejarme?

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