Capítulo 8: Confiar

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Capítulo 8: Confiar

Los días transcurrían, y había pasado ya una semana desde aquella fiesta en la que Giotto y Alaude se conocieron, unos pocos menos desde que Kyoya encontrara a Tsuna, y los dos hermanos habían hecho un pacto simple y beneficioso para ambos.

Alaude no preguntaría a dónde iba Kyoya cada mañana antes de ir a la ciudad mientras no lo considerara peligroso si su hermano menor no se entrometía en la amistad que el chico de ojos azules tenía con el pequeño sirviente.

Giotto, por su parte, sentía que había pasado la mejor etapa de sus siete años de vida. Pese a las réplicas de G, las cuales rebatía como mejor sabía, acudía sin falta a las particulares clases de Alaude.

Giotto y Alaude jamás lo admitirían, uno era demasiado vergonzoso, otro tenía el orgullo demasiado elevado, pero disfrutaban de la compañía del otro.

Aunque supieran que lo que hacían estaba mal, que no podían ni mirarse siquiera según la ley de la sociedad, a ellos les importaba demasiado poco. Solo eran dos niños que pasaban un buen rato estando juntos, aunque sus clases sociales fueran tan opuestas como el día y la noche.

—¡Alaude, ya vale! —reía el menor, pero el de orbes celestes no tenía intención alguna de detenerse.

—Tú te lo buscaste, por equivocarte —sonrió mientras seguía haciéndole cosquillas.

—¡Lo entendí! ¡Dos más dos es cinco! —exclamó desesperado en risas.

—¡Cuatro! ¡Es cuatro! —corrigió.

—¡Vale, cuatro, lo siento!

Giotto era muy malo para esas cosas, la risa era incontrolable y Alaude se aprovechaba de ello para castigarle cuando se equivocaba de respuesta.

Rodaron por todo el suelo, uno tratando de alcanzar al otro que huía de su particular tortura, y para cuando Alaude le hubo atrapado entre su cuerpo y el piso de madera, la puerta se abrió de forma repentina, poniendo en alerta a ambos niños.

—¿Alaude? —una voz infantil sonó desde el marco de la puerta, donde se encontraba un niño mayor a Giotto, no por demasiado, un año quizá.

Tenía los ojos marrones claros, y el cabello negro como la noche. Vestía unas prendas que el pequeño siervo no había visto nunca.

Ambos se incorporaron con rapidez, siendo analizados por la mirada del chico, aunque el de orbes dorados lo sintió más que su compañero.

—Alaude, ¿quién es este chico? —ladeó la cabeza y sonrió levemente para tranquilizarlo.

—Es Giotto, un amigo mío —dijo con toda la naturalidad del mundo, y el aludido sintió que pasaba un brazo por encima de sus hombros.

—Oh, ya veo —su sonrisa se ensanchó—. Me llamo Asari Ugetsu, encantado.

La reverencia que hizo sorprendió a Giotto. No era nadie tan importante como para que la hiciera, y aunque llevara la ropa de Alaude, se seguía notando que era un simple sirviente.

—Encantado... —confuso, imitó la acción del azabache, sacándole una risa.

—Tu amigo es gracioso, querido primo —Alaude solo contuvo la risa, y el rubio le miró con molestia.

—Giotto, no hace falta que hagas eso, él está acostumbrado porque en su país es una costumbre —explicó.

—¿No eres de aquí? —preguntó con curiosidad, habiéndolo notando anteriormente en sus prendas.

—Efectivamente, soy de un país bastante lejano, seguramente lo conozcas como Cipango¹ —Giotto lo rememoró en una mancha del mapa que Alaude le había mostrado, en mitad de eso que llamaba océano... algo.

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