Capítulo 5: Amigos

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Capítulo 5: Amigos

Kyoya estaba molesto.

No le gustaba que le ocultaran cosas, lo odiaba. Y que su hermano mayor lo estuviera haciendo, le irritaba todavía más.

Se había levantado temprano, a las seis y media de la mañana, a sabe Dios dónde. Y lo sabía porque había decidido estar atento a sus movimientos, porque algo en todo eso no le daba buena espina y sobre todo, tenía curiosidad.

Quería saber qué demonios planeaba su hermano interesándose en un siervo como lo era el tal Giotto. Y aún más, parecía muy volcado en obtener la mayor información posible de ese chico, ¿a qué vendría tanto interés?

Decidido a responder a esa pregunta, se había propuesto enterarse de todo y más acerca del pequeño rubio que tanto captaba la atención de su hermano. Y para empezar, tendría que saber quién era y dónde vivía, algo que podría obtener de Alaude.

Le siguió sin que este se diera cuenta, un poco más dormido que despierto debido a la hora, y le vio hablando con ese tipo que solía estar controlando a los trabajadores del campo, diciéndole algo que pareció gustar poco al hombre pero que acató.

Siguió a ese tipo hasta los trigales, pero sus piernas no se comparaban a la rapidez de un caballo y había acabado por perderle y perderse él también.

A su alrededor solo había gente, tanto niños como adultos, trabajando. Le miraban como si tuviera dos cabezas o algo así, y eso le hacía sentir incómodo. Cierto que había salido con el pijama, pero no creía que fuera por eso la razón de su expectación.

Caminó con rapidez a través del campo hasta divisar una sombra en el horizonte. Pensando que era su casa, caminó con más fluidez.

Sin embargo, se llevó una decepción al ver que aquello poco se parecía a su hogar. Era una pequeña cabaña, más bien choza, hecha de materiales casi de la prehistoria: madera y paja.

En las ventanas no había cristales, y se podía acceder fácilmente. Sin embargo dudaba que algún ladrón quisiera entrar a robar ahí. Con mucho no se encontraría.

En cuanto entró, escuchó de pronto un llanto, y se alarmó al saber que había alguien dentro. Sin embargo, nadie parecía acudir a calmar al niño que lloraba, hecho que le extrañó.

Al cabo de dos minutos, decidió acudir él mismo, y se encontró con un pequeño de dos... no, tres años, cabello castaño y tez blanca, llorando a lágrima viva debido a que, seguramente, había tropezado y caído.

—¿Estás bien? —preguntó, y el niño paró de llorar para mirarle con unos luminosos ojos castaños.

—No... tú no Gio... —retrocedió unos pasos al ver que era un desconocido.

—Tranquilo, no te voy a hacer daño —sonrió—. ¿Gio es la abreviación de Giotto? —el pequeño captó lo esencial, se refería a su hermano, asi que asintió—. ¿Eres su hermano? —volvió a asentir.

Entonces el estómago del castaño rugió, denotando que tenía hambre. A Kyoya se le escapó una risa que a él mismo le sorprendió, y una expresión graciosa debió poner, porque el niño rió señalándole el rostro.

—¿De qué te ríes? —intentó enfadarse, pero solo ver ese rostro alegre le hacía sonreír—. ¿Tienes hambre?

El niño asintió, y el azabache miró a su alrededor en busca de comida. Menudos padres tan irresponsables, ¿cómo dejaban solo a un niño de tres años? ¡Era muy peligroso!

Vio un cesto de frutas muy familiar, y frunció el ceño. ¿De qué le sonaba?

Se acercó y lo destapó de la manta que lo cubría a medias, descubriendo las frutas. ¿No era el cesto que ayer faltaba en la cena?

Promisse?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora