Capítulo 23: Destino

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Capítulo 23: Destino.

Cinco días.

Tan solo cinco días de su libertad.

Detestaba aquello. No deseaba separarse de Giotto, no quería volver a ver a su prima, ni a sus padres. Tan solo ansiaba quedarse ahí, en aquel campo, con él.

Juntos.

Pero no se podía, y eso ambos lo sabían bien.

Habían pasado la noche abrazados, sintiéndose el uno al otro, en algunos momentos tuvo que consolar al menor y secar sus lágrimas.

No había necesidad de decir por qué caían esas gotas de salina agua.

—Te seguiré queriendo, Alaude —sonrió el esclavo, a pocas horas antes del amanecer—. Pase lo que pase...

—Giotto...

—Te tienes que ir. Y yo también, debería estar en el campo ya.

Un beso. Y otro más. Y le siguieron más, sabiendo que no podían separarse tan fácilmente pero que deberían hacerlo.

Lo que no sabían era lo que pasaría en pocas horas, y que acabaría por separarlos para siempre.

No sabían que su tiempo era inferior a cinco días, pero Giotto lo presentía de alguna manera, y quizá por eso no deshizo su unión con Alaude hasta que fue inevitable.

—Alaude... —suspiró—. Prométeme... que siempre, siempre, me querrás.

Le miró con fijeza. Sus ojos dorados brillaban con el amanecer, y el de orbes cielo no pudo hacer otra cosa que asentir.

—Si me prometes tú lo mismo, Giotto.

—¿Entonces... es una promesa? —sonrió—. ¿Cómo cuando éramos niños?

Le tendió su meñique, con su sonrisa entristecida y nostálgica.

—Es una promesa —enlazó su meñique con el del menor—. La promesa de que siempre te querré.

—Pase lo que pase...

La sonrisa del joven esclavo se fue estimando a medida que el enlace se deshacía. Alaude sonrió ladinamente y, depositando un último beso en sus labios, dio media vuelta y se fue.

Giotto presintió que esa era la última despedida, y sus lágrimas saltaron sin que se diera siquiera cuenta.

Para su desgracia, no se equivocaba.

En cuanto llegó al lugar donde solía vivir, descubrió que su presentimiento estaba acertado.

Las llamas se comían todo cuanto podían. Todo el lugar, la madera ardía, retorciéndose bajo su poder. La paja alrededor estaba llena de fuego que no daba tregua, y pese al calor, su corazón estaba tan congelado como en el más frío invierno.

Solo pudo pensar en una persona.

Tsuna.

Y no dudó en correr al infierno en el que se había convertido su hogar.

—¡Tsuna! ¡Tsu! ¡Tsuna!

Su voz era desgarradora, arañaba el aire como una espada contra una roca.

Estaba devastado, estaba destrozado.

—¡Giotto! ¡Para!

En su camino interfirió un muchacho de cabellera rojiza, tanto como el fuego que atrás se desataba, pero él no se detuvo.

—¡Giotto, que pares! ¡Escucha!

Hasta que el pelirrojo le agarró y lo inmovilizó en el suelo.

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