Patrick

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Siendo honesto, esta no es una gran historia. Al menos no creo que sea digna de ser recordada por la humanidad como un clásico; simplemente es mi historia de amor. Una plagada de clichés, cursilerías y todas esas cosas que harían a más de uno dejar de leer. Pero si no lo has hecho y llegaste hasta aquí, felicidades; te relataré cómo sucedió todo, así que pon atención:

Sucedió un domingo por la mañana aquello que le daría un giro de 180° a mi vida, en una floristería bastante costosa para mi gusto. Pero era joven, estaba enamorado y el sujeto que me atendió se veía agradable.

—Disculpe... ¿qué precio tiene la docena de rosas? —pregunté—. Rojas. No sé si el precio varíe según el color.

—No, descuide —rio—. Cuestan veinte dólares.

Agrandé los ojos y sentí mucha vergüenza, pues al escarbar en mi billetera sólo habían doce dólares en ella. Me había quedado corto de efectivo al reservar una mesa en un costoso restaurante, para celebrar mi primer año de noviazgo con Lowrey, de quien me había enamorado locamente. Era la chica más bella y dulce que jamás conocí. Y, como dije antes, era joven, lo que se traduce a tonto. ¡Obviamente estaba dispuesto a gastar todo mi dinero para satisfacerla!

—Y... ¿cuánto por media docena?

—Diez dólares.

—Me llevaré la media docena.

Me entregó las seis rosas envueltas en un papel amarillo canario, color que detesto. Luego arribé el Volkswagen que papá me regaló en mi cumpleaños número dieciocho y conduje de vuelta a casa. El plan era el siguiente: empezar a arreglarme a las siete, recogerla a las siete y media, dándole las flores en su casa, e ir a nuestra cena, para luego concluir la velada con sexo. Todo apuntaba a ser una noche estupenda. Pero ella tenía que arruinarlo.

En este instante el mundo estaba yendo en cámara lenta. Fue mientras conducía a casa que pasé junto a un parque y la vi besándose con otro en una banca. No tengo palabras para describir cómo me sentí en ese momento. Era una mezcla de enojo, tristeza e impotencia. En verdad la amaba. Ver que ella a mí no fue lo que me rompió el corazón.

Entonces tiré los diez dólares por la ventana y seguí conduciendo. Obviamente ya no asistiría a esa tonta cena que me costó mil dólares. Estaba destrozado y resentido con esa arpía.

Recuerdo que llegué a mi departamento hecho una garra. Había llorado lo suficiente en el auto como para ser incapaz de articular una sola palabra y mi mente estaba llena de preguntas. «¿En qué fallé?», «¿Por qué lo hizo?», «¿Acaso no fui suficiente?», «¿Cómo pude ser tan ciego?», «¿No me amaba?» Etcétera.

Creo que lo típico que se pregunta alguien que acaba de ser engañado.

Pasé el resto del día tumbado en la cama, deprimido, ignorando todas las llamadas y mensajes que recibía. Allí abrí los ojos: Lowrey nunca me amó. No recordaba una sola vez en la que se había preocupado realmente por mí, jamás fue detallista y yo daba el primer paso en todo. O sea, me ausenté horas e ignoraba sus llamadas. Y no fue a verme, para saber si estaba bien. Tal vez estaba ocupada en asuntos más importantes con aquel galán de cabello rizado.

Demonios, quería un abrazo. Consuelo, mas bien. Pero no quería llamar a mi familia ni a mis amigos. No quería darles lástima o sentirme más humillado de lo que estaba.

Dos enamorados en patrullaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora