Walter

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Era una mañana tranquila de sábado. Patrick dormía en mis brazos, mientras yo gozaba de nuestro momento juntos. No tenía trabajo y él no iría a la universidad. Visitaríamos a sus padres esa misma tarde y estaba muy emocionado.

Permanecimos en cama hasta que finalmente nos levantamos a desayunar.

—¿Cómo es tu familia? —le pregunté, sentado frente a él en el comedor.

—Pues mi mamá es buena onda; de esas a las que le puedes contar todo. Papá es paciente y sereno. Mi hermana es asfixiante, literalmente; es muy sobreprotectora conmigo. Se porta más como mi mamá que mi mamá.

—Se oye a que tuviste a personas maravillosas cerca.

—Hm. Sí, eso creo. ¿Qué hay de ti? Sólo conozco a tu papá. ¿Qué hay de tu madre?

No era un tema que me gustara tocar, pero mi novio me lo preguntaba y no iba a dejarlo con la duda.

—Ella falleció de cáncer cuando era niño. Desde entonces, papá se hizo cargo de mí; o eso trató.

—Oh... lo siento... No quise sonar imprudente.

—Descuida, son temas del pasado. De igual manera lo sabrías tarde o temprano —le sonreí, y él hizo lo mismo.

Cuando dieron las doce, ambos arribamos mi auto para dirigirnos al hogar de sus papás. Patrick insistió en que no sería algo formal, así que me vestí con una camiseta blanca y una chaqueta verde olivo, y Patrick se puso una camiseta blanca de manga ranglan celeste.

—¿Cómo se llaman? Así me evitaré la molestia del «señor y señora Blacked» —dije, fingiendo una voz pomposa que le hizo reír.

—Jason y Judith —respondió.

Me pareció linda la coincidencia de que nuestras madres se llamaran igual. Decidí no comentar al respecto y seguir concentrado en el camino. Luego de quince minutos, entramos a una calle privada. Las casas alrededor cada vez eran más grandes. Me quedé anonadado cuando Patrick me indicó que me estacionara frente a una mansión blanca con un basto jardín.

—¿A-Aquí viven, en verdad? —pregunté.

—Ajá. Vamos.

Bajamos del auto y caminamos hasta el pórtico. Había un tapete azul con las palabra «Bienvenidos» escritas en español.

—¿Por qué no me dijiste que eras rico? —inquirí.

—No soy rico —arrugó la frente–. Mis padres lo son. Y no usaría esa palabra. Sólo ganan bien.

—Y ¿por qué tú...?

—¿Yo qué? —repuso, irritado.

—Nada.

Patrick suspiró.

—Estoy muy nervioso.

—Tranquilo. Se los diremos con cuidado.

—Este es el plan: no digas nada hasta la hora de comer. Yo les daré la noticia. No quiero que te entrometas, ¿de acuerdo?

Dos enamorados en patrullaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora