Patrick

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Tim y yo habíamos decidido salir a almorzar en una cafetería cercana a la secundaria. Nos poníamos al día. Le hablé sobre el incidente de Walter, omitiendo el desenlace íntimo, y nuestros planes para nuestro aniversario.

—Y ¿qué le darás a él? —me preguntó.

—Aún no le compro nada...

—No sirves para nada, Pat.

—¡Púdrete! Mejor dame ideas.

—Flores.

—No.

—Ropa.

—Tiene mucha ropa...

—¡Yo qué sé qué le pueda gustar! Es tu novio, no el mío. ¿Qué se supone que le diste las veces pasadas?

—No lo recuerdo —me quedo pensativo—. ¡Ya sé! Le daré un brazalete o algo así. Cuando salga del trabajo pasaré a una joyería.

—Yo quiero uno también. Que diga «papi», por favor.

—Ese pídeselo a tu mamá. —Bebí lo que restaba de mi café y me puse de pie—. Ya debo volver. Nos vemos.

—Hasta luego, casanova.

Estaba muy emocionado. El trabajo evitaba que pasáramos mucho tiempo juntos, así que ocasiones como esa eran extra especiales.

Llegué a la escuela en menos de diez minutos y me dispuse a dar mi clase, pero fui interrumpido por una de las secretarias de la dirección, quien me informó que el director solicitaba mi presencia en su oficina. Me disculpé con los chicos y me dirigí al lugar. Las manos me sudaban y mi estómago se revolvió. ¿Qué quería? ¿Estaba en problemas? Y ¿si era por lo de Walter?

Abrí la puerta de su oficina luego de pedir permiso, y allí estaba él, sentado en su escritorio, serio. Clavó su mirada en mí y me ordenó que me sentara. Lo hice sin chistar.

—¿Por qué quería verme, señor?

—Veamos... —titubeó—. Seré breve contigo, Blacked: un estudiante le contó a sus padres sobre tú y tu... pareja, y lo que hicieron en el aula. —Mi corazón se aceleró y abracé mi estómago—. No tengo problema con eso, créeme; impartí la materia de Educación Cívica a tu edad. El problema es...

—¡¿Quién se quejó?! —corté—. ¡¿Fue Glenn?!

—Me temo que no puedo decírtelo.

Y es por eso que jamás olvidé el nombre del puto de Glenn.

—¿Cuál es el problema? ¡Sólo fue un beso! ¿Qué tiene de malo?

—A los papás no les agradó aquel acto de «exhibicionismo». Entonces se quejaron con el comité de padres de familia y, asimismo, ellos con el consejo. Algo sobre no querer que a sus hijos les metan ideas en la cabeza sobre homosexualidad y demás temas controversiales a temprana edad.

—¡Eso es ridículo!

—Ya sé. Hay dos opciones —elevó dos dedos—: puedes iniciar un costoso y escandaloso pleito legal en contra de la escuela o buscar otra donde trabajar. Si eliges la segunda opción, me aseguraría de darte una excelente carta de recomendación.

Dos enamorados en patrullaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora