Patrick

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Luego de recoger mis cosas de mi exdepartamento la noche en la que conocí a Walter, fui a casa de Tim a pedirle asilo. Éramos mejores amigos desde la primaria, así que estaba confiado en que me apoyaría, mas no podía evitar sentir culpa por ir a molestarlo tan tarde. Sin embargo, luego de llamar a su puerta como diez minutos me quedó claro que ya no debía sentirme así. Entonces le marqué.

—Aló —me respondió.

—¿Tim?

—¿Pat? ¡Hola! ¿Qué ocurre, viejo?

—Espera, ¿qué es todo ese ruido?

—Estoy en una fiesta. De Mac. ¿Recuerdas a Mac?

—¿El Mac que nos molestaba en la preparatoria?

—El mismo. Me invitó porque me acuesto con su hermana. Ahora resulta que somos cuñados.

—Ah... asombroso. En fin; estoy afuera de tu casa. Esperaba encontrarte aquí. Quería... pedirte un favor —suspiré.

—¿Un favor? ¿Qué ocurre?

—Verás...

Luego de que le contara todo con un nudo en la garganta, aceptó que me quedara el tiempo que quisiera y me dijo que no tardaba en llegar. Aproximadamente veinte minutos lo esperé sentado en la acera, hasta que la luz de su vehículo iluminó la calle. Nos dimos un largo y reconfortante abrazo, y finalmente entramos.

Lo que más amaba de su hogar era ese aroma a Cheetos y las pinturas de arte pop.

Tim me ayudó a instalarme en el cuarto de huéspedes y cuando me dio las buenas noches me tumbé en la cama, exhausto. Mis muñecas estaba doloridas por aquellas esposas. No tardé en quedarme dormido.

Cuando desperté estaba solo. El pelirrojo se había ido a trabajar y me dejó una nota diciéndome que había comida en el refrigerador y que estaba en mi casa, así que podía hacer lo que quisiera, menos «meter enanos», remarcó. Entonces me duché y luego fui a la cocina por un poco de cereal.

Pensaba en Lowrey y en todos los recuerdos que viví a su lado. Nos habíamos conocido en la universidad. Yo pertenecía a la facultad de pedagogía y ella a la de literatura. Empezamos a hablarnos por un amigo en común y, desde entonces, hicimos click. No fue mi primer amor, pero lo sentí así al principio. De hecho, no me arrepiento de haber salido con ella, a pesar de lo que me hizo. Atesoro cada buen momento que pasamos juntos y todo lo que aprendí de ello.

Claro, hasta la fecha sigo odiándola, pero ustedes me entienden.

Mientras comía y resolvía el laberinto de la caja del Coronel Sugarman, el teléfono de la cocina comenzó a sonar. No sabía si debía responder o no. Dejé que la contestadora se hiciera cargo:

«Hola, princesa, gracias por llamar. ¿Por qué no vienes a hacerme una visita? En caso de que no seas mujer, ¿por qué llamas a este número, pervertido? ¡Beep!»

«Tim, soy Lowrey. No respondes mis mensajes y tan sólo quiero saber si Patrick está contigo. Estoy preocupada; anoche las cosas no salieron tan bien con él. Salí a buscarlo esta mañana a su departamento y resulta que fue desalojado. En serio... si sabes algo de él, dímelo. Necesito saber si está bien. Nos vemos.»

Estuve a nada de levantar la bocina y responderle. Esas palabras sonaban tan reales, pero seguía siendo hipócrita nada más. Necesitaba dejar las cosas en claro de una vez por todas. Le envié un texto pidiéndole que nos viésemos en el parque Kennedy en treinta minutos.

Luego abandoné la residencia de Tim y arribé mi auto, para dirigirme al lugar. Mi estómago estaba revuelto y mis manos sudaban. Ni siquiera sabía qué decirle. Cuando llegué, la vi sentada en una banca, junto a los columpios. Vacilé, pero finalmente me acerqué a ella. Se levantó de inmediato al verme y se acercó a mí, preocupada.

—¡Patrick, ¿qué pasó?! ¡¿Estás bien?! ¡¿Dónde estabas?! ¿Por qué cancelaste la cena? Y ¿por qué... terminaste conmigo?

Sus ojos brillaban y yo sentí un nudo en la garganta, pero trataba de controlar mis emociones.

—¿Por qué finges, Lowrey? —solté con desprecio.

—¿De qué estás hablando? —agrandó los ojos.

—¡Basta de hacerte la mosca muerta! ¡Te vi, Lowrey! ¡Aquí mismo, besándote ayer con otro hombre! —al elevar la voz ella se hizo más pequeña. Seguramente se sentía como un ratón acorralado.

—Patrick, yo no... —y comenzó a llorar—. Él fue quien me besó... Te juro que no quería...
—Ahórrate las molestias. Sólo te pido que me hagas un favor: ¡aléjate se mí, de mis amigos y mi familia! ¡Déjame en paz! Terminamos —esa última oración la dije entrecortada.

Me di la vuelta, esperando que me detuviera; que me rogara; que continuase disculpándose, para así saber que le importaba, aunque fuese un poco. Pero no hizo nada. Se quedó allí, parada, llorando. Supe que era el final definitivo.

Arribé mi auto nuevamente y derramé lágrimas con la cara en el volante. Estaba devastado. Llamé a Tim, para contarle lo ocurrido y, de paso, desahogarme, pero no respondió. Nadie a quien llamé respondió.

Claro, eran las once; había olvidado que esa era la hora perfecta para ignorar a Patrick.

Fue que se me ocurrió la desesperada, descabellada y rara idea de marcar a mi última opción. Busqué el papel que me había dado, en la guantera, y allí estaba anotado su número.

—¿Quién habla? —no tardó en responder.

—Hola, Walter —dije, arrastrando las palabras—. Soy Patrick. ¿Me... recuerdas de anoche? Me arrestaste y luego me diste tu número... para emergencias y eso... —me llevé una mano al rostro. Estaba muy avergonzado.

—¿Patrick? ¿Estás bien?

—Sé que sonará raro, ya que apenas ayer nos conocimos, pero... ¿podríamos vernos? Necesito hablar con alguien. —No resistí, y lloré de nuevo—. Estaré en la cafetería de ayer, por si quieres venir. Lamento molestarte...

—Sí, claro, puedo ir para allá. No te muevas de ahí.

—Gracias...

Haberlo llamado fue la mejor decisión que pude tomar.

Dos enamorados en patrullaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora