HOMOSEXUAL (relatos gays)

La esquina

Me había levantado ese día más temprano que de costumbre, la ansiedad no me había hecho dormir en toda la noche, pues este día lo estaba esperando con ansias, desde su despedida aquel diciembre caluroso del 2009.

Yo sabia que tenia que irse, pero esperaba tan iluso en mi fantasía que tal cual historia de novela pase algo que lo deje a mi lado por toda la vida pero no, el tuvo que marcharse con su padre al país vecino por motivos de trabajo, era temporal, pero el hecho de imaginarme que este chico estaría lejos de mi, hacia que mis pequeñas pupilas se llenen de cristales fríos como la nieve.

No había sido fácil, el intercambio de cartas mensuales era lo mas cercano a tenerlo conmigo, su cómplice madre era tan feliz con nuestra amistad, bueno eso es lo que ella pensaba que su aplicado hijo mayor sostenía la amistad con ese niño que fue su alumno durante el último año de primaria.

Aun recuerdo cuando lo conocí, estaba tan metido en mis tinieblas para darme cuenta de su presencia, si un niño de 12 años también puede vivir un infierno sin que nadie se de cuenta. Un infierno en la tierra que era parcialmente ignorado por su alrededor, sabían que me pasaba algo pero nadie tuvo el coraje de descubrir que me estaba ocurriendo en ese momento.

El se había convertido en mi fortaleza, mi mejor amigo, mi hermano mayor, mi consejero, mi confidente, la primera persona que me dio seguridad y me enseño que hay motivos para sonreír a pesar de todo.

Su ultima carta decía que volvería hoy, que su padre termino el proyecto en la capital federal y regresarían y que esta vez ya era para siempre, es cierto se quedo para siempre.

Mi alegría fue tan gigante, pues luego de la muerte de mi madre la única persona que podía sacar esta alegría era el, mi ilusión de verlo de vuelta crecía con los días a un ritmo inimaginable.

 En aquellos días ya tenia 14 años, seguía viviendo un infierno pero todo era mas tolerable, pues con lo que el me había enseñado y sumado a esto la esperanza de tenerlo conmigo y que su luz me encamine en mis tinieblas, podía sobrevivir.

Ahí me encontraba yo, mirando el reloj, que de una vez por todas marque las 13 horas, pues ese era el horario que dictada la última carta.

"Finalmente el día ha llegado, el martes estaré de vuelta por nuestra querida ciudad, debería llegar para el medio día por ello me parece razonable que nuestro encuentro sea en nuestra esquina de siempre, la recuerdas? para las 13 hora puntual, no se como aguantare hasta ese día pero si espere todo estos años, que más da unos días más."

Ni siquiera fui al colegio ese día, me reporte enfermo y mi padre por suerte no dijo nada, pues como era un chico muy aplicado, si faltaba al colegio era por una causa real, solo que el no se imaginada la causa real de todo esto.

Ya era casi la hora, el punto de encuentro solo era a unos cuadras de mi casa, desde que pise la calle mi mundo se tiño de tiño de colores, de preguntas ingenuas como ¿estará mas alto? , le seguiré gustando igual a pesar de todo este tiempo?  miles de cosas mas pasaban por mi mente hasta que por fin llegue a ese lugar.

No podía olvidar la primera vez que nos cruzamos en esta esquina. Estaba saliendo para mi casa, era un día como todos, había hecho lo mismo de siempre, hasta había olvidado que Facundo ese día me había hablado por primera vez en el recreo y por supuesto mi respuesta fue ignorarlo.

Cuando estaba llegando a la esquina, en medio de todos los alumnos que iban saliendo esa tarde, estaba el, si ahí parado con una sonrisa en los labios mirándome fijamente, yo lo reconocí prácticamente al instante, pero no entendí el motivo de la mirada hacia mi, hasta que me percate de lo que traía en sus manos, eran dos helados y uno era todo de limón, mi helado favorito. Hasta hoy en día el nunca me confeso de cómo lo supo, pero con ello logro captar mi atención en solo un par de segundos, pues luego de esa coraza que me había impuesto por los miedos que giraban en mi cabeza también existía un niño.