Capítulo 3 - Indeseada

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Pestañeé un par de veces para salir de la película de mis recuerdos e instintivamente busqué con la mirada el lugar de donde provenía aquel suspiro irónico

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Pestañeé un par de veces para salir de la película de mis recuerdos e instintivamente busqué con la mirada el lugar de donde provenía aquel suspiro irónico.

— ¿Diana, te duele algo? Te caíste muy feo.

—Estoy bien —le mentí, un ligero ardor crecía en mi brazo derecho y estaba bastante segura de que me había vuelto a raspar las rodillas, un hábito doloroso del que era víctima desde niña.

Solté una risa ahogada.

—Debes dejar de reírte de tu torpeza, te lastimaste el brazo —señaló Katy mirándome con desaprobación.

—No es nada en especial, si me rio es porque ha llegado el momento de reírme de mis desgracias —solté una risilla y me dispuse a caminar para salir del aula, ya había arreglado el desastre que mi caída dejó y parecía que todos se habían ido.

Katy me siguió mientras murmuraba unas cuantas veces que debía dejar de ser tan descuidada.

—Bueno, Diana, creo que sabemos de sobra que no tienes muy buen equilibrio, felizmente esta vez solo te tropezaste y no te rompiste algo.

— Ahora que lo dices Katy, llevo dieciséis años sin romperme un hueso, o es que soy la favorita de Dios, o es que no soy tan torpe como pensamos —le dije arqueando una ceja.

Y es que ella tenía toda la razón del mundo, siempre tropezaba, era tan común que las personas que me rodeaban temían que fuera a caerme de cara. Es así en realidad cómo había conocido a Katy.

Fue durante la primera clase de educación física en la secundaria, estaba sumamente asustada de que tendría que hacer algún tipo de deporte. Para mí, intentar hacer algún ejercicio era sinónimo de que probablemente tropezaría o terminaría dándome de bruces contra el pavimento.

Y así fue.

El profesor nos había dicho que cada uno tendría que correr en zigzag, evitando obstáculos que él había acomodado maliciosamente en todo el patio de la escuela.

Estaba aterrorizada, veía muy fijamente a cada uno de mis compañeros hacerlo, hasta que al fin me tocó a mí. Mi mente trabajaba a mil por hora, conectándose con mi cuerpo para buscar sincronización, una sincronización que brillaba por su ausencia.

Como era de esperarse, terminé tropezando con uno de los conos naranjas de la muerte, cayendo al piso abruptamente y raspándome las rodillas y las palmas al intentar amortizar la caída. Un segundo de silencio. Solo un segundo de silencio antes de que las risas de todo el salón resonaran por todo el lugar y perforasen mis oídos.

Sin embargo, una persona parecía sentir un poco de compasión por mi torpeza, ella se acercó a mí para ayudarme a ponerme de pie.

Sí, esa había sido Katy.

—¡Tierra llama a Diana!

— ¿Qué pasó? —le pregunté a la par que bajaba las escaleras con mucho cuidado, ya que las rodillas me dolían.

Punto y comaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora