Capítulo 23 - Mala sangre

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Mala sangre

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Mala sangre

"Oh, it's so sad to think about the good times, you and I"

Bad blood, Taylor Swift

Creo que incluso ahora si trato de entender el motivo por el cual amaba a Rodrigo no sería capaz de justificarme, supongo que lo tenía tan idealizado o que vivía esperanzada de que él volviera a ser el punto de persona que conocí y de la que me enamoré. Porque seamos realistas, había muchas más cosas por las cuales no estar enamorada de él que las que me mantenían atrapada en ese tóxico romance.

No quiero decir que mi enfermizo amor fuera correcto ni mucho menos que él era correcto, mas tampoco quiero parecer el cliché de una novela juvenil en donde el chico maltrata a la chica y esta solo sigue enamorada porque es increíblemente guapo y tiene dinero. No era así, incluso si Rodrigo hubiera resultado ser guapo y con dinero tendría más sentido que me hubiera encaprichado por él. La verdad el chico era de lo más promedio, quizás un poco simpático, pero nada más. Era egoísta, egocéntrico, despiadado y mentiroso; tampoco tenía dinero y mucho menos era lo suficientemente inteligente.

Lo sabía perfectamente, estaba demasiado consciente de que el hombre solo era una manifestación cruel que buscaba manipularme, me dejaba caer en ello, no obstante; durante mis cortos estados de lucidez me cuestionaba el porqué amaba a alguien como él. Me lo pregunté un sinfín de veces, y salían a la vista todos aquellos defectos que irremediablemente aprisionaban su imagen, entonces me sentía más tranquila y lo quería menos. Cuando lo quería menos me sentía bien, con fuerzas, renacida. Duraba un rato, hasta que mi débil cuerpo y mi pesimista mente me encerraba, lo amaba, y la razón era más fuerte que mi lógica; Rodrigo había sido la primera persona en amarme. Eso creía y me aferraba a la idea de que podría volver a hacerlo, tenía miedo de perderlo y de perderme. Lo que no sabía es que yo ya estaba perdida.

Corrí hacia la salida confusa, me parecía demasiado extraño que alguien necesitara verme tan tarde, eran aproximadamente las once y media de la noche cuando la vi. Me quedé petrificada en frente de ella, de repente me pareció que no estaba allí, quise cerrarle la puerta en la cara, pero los músculos no me respondían. Nos quedamos observando unos segundos, escudriñándonos con la mirada la una a la otra, tratando de leer nuestras expresiones con la esperanza de adivinar quién hablaría primero. Abrí la boca para cuestionarle por qué estaba en mi casa, sin embargo, ningún sonido salió de mi garganta.

—Diana... Necesito hablar contigo —consiguió decir ella, bajando la mirada.

Me quedé en mi sitio, sin estar muy segura de lo que debería hacer. Llevaba demasiado tiempo sin tener un momento tan íntimo con ella, o tan siquiera de estar frente a ella tan cerca y solo las dos. ¿Por qué había venido? ¿Qué podría decirme para cambiar las cosas? Nada, no había nada. Ella me había cubierto de marcas, literalmente me acuchilló a mis espaldas, me arrebató cualquier cosa que amé, no la perdonaría, no podría perdonarla. No quería escuchar nada.

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