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– ¡Que no cunda el pánico por favor! – dijo un hombre de unos 45 años con un megáfono – ¡Que todo el mundo se dirija hacia las afueras de la ciudad para prevenir mas daño, los heridos que se dirijan hacia el hospital, y los que no se puedan mover ahora viene una ambulancia!

Parecíamos un rebaño de ovejas dirigidas por un pastor. Estaba al lado de mi madre, avanzando poco a poco, íbamos cogidas de la mano, y ella me agarraba muy fuerte para que la muchedumbre no me alejase de ella. Tuvimos suerte ya que la explosión de las bombas no llegaron a nuestra casa, o por lo menos no mucho, en cambio otras casas estaban derribadas, y los bomberos tenían que apagar el fuego para que no se propagase. Todo era un caos, gente llorando, otros gritando y preguntando a los policías que estaba pasando, gente enfadada, gente triste, de todo. 

Esa noche la pasé muy mal, casi no pude dormir con tanta gente. 

Los políticos dijeron que no sabían quien hizo todos esos ataques, pero que muy pronto lo descubrirían y que no cundiese el pánico. Mi madre, yo, y muchísima otra gente nos quedamos a dormir en el instituto de la ciudad, después de comprobar que el edificio era seguro. Estábamos en una aula en el segundo piso y allí nos quedamos, acurrucadas en una esquina al lado del radiador para no pasar frío, aunque poco después la calefacción se apagó y el frío inundó la classe. Sentíamos como la gente corría por los pasillo, de un lado a otro, también habían muchos policías y gente llevándose a hombres, mujeres y niños muy heridos.

– Diana, intenta dormir cariño, mañana será otro día.

– Mama, por favor, ¿que vamos a hacer ahora? Andan locos por ahí haciendo explotar bombas de la nada, ¡y ni siquiera sabemos si tenemos una debajo de nosotros a punto de explotar!

Después de decir eso me di cuanta que hablé demasiado alto, y todas las personas del aula me miraban.

– Diana, tu tranquila, han asegurado que el edificio es seguro y que no va a pasar nada, créeme, sabes que te quiero, ¿verdad?

No respondí, ya que entendí perfectamente que eso era una despedida, y no lo iba a permitir, aun no debía despedirme de mi madre, porque ella no iba a morir. Ni yo tampoco.

Me acurruque a su lado e intente dormir un rato, sentía la respiración y los latidos del corazón de mi madre, eso me relajaba.

Después empecé ha oír gritos, seguidos de un montón de disparos.

Aquí está otro capítulo, ¡espero que les guste!

¡Muchos besos! <3

La Otra RealidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora