-08-

65 6 0
                                    




Desperté en el sofá de casa de mi abuela. 

Aún estaba un poco mareada, pero pude sentarme, no entendía nada, ¿porque no estaba muerta? ¿Donde estaba ese hombre y esa mujer? Me empecé a marear aún más, y decidí volverme a tumbar. Ella había mencionado a mi padre. Que el quería verme, pero cómo?

Mi madre entró por la puerta, me levanté de golpe, pero la cabeza me empezó a dar vueltas.

– Diana, no te levantes así, aún no estas del todo recuperada.

– Mama, la abuela... – no sabía muy bien como decírselo.

– Tranquila hija – me abrazó – no pasa nada, así mejor, no tendrá que sufrir en este mundo.

"En este mundo". El mundo que nosotros, los humanos, la humanidad creamos. Des de que aparecimos hasta ahora, hemos creado este mundo. Y ahora nos estamos destruyendo, unos a los otros, ¿y con que fin? La raza humana en verdad es estúpida, nos matamos entre nosotros cuando lo que deberíamos hacer es ayudarnos, pero el mundo es cruel, muy cruel. 

De reojo vi como una lágrima caía por la mejilla de mi madre. 

– Mama, ¿donde están esas personas? Ya sabes, ese hombre y esa mujer con traje de militar o alguna cosa así – me dolía ver a mi madre de esa manera, así que decidí cambiar de tema.

Me miro un tanto extraño, como si pensase que estaba delirando.

– Diana, ¿que hombres? En el sótano solo estabas tu y... tu abuela.

Estaba alucinando, ¿porque no me hicieron nada y me dejaron allí? ¿acaso su único objetivo era marearme hasta desmayarme?

– Mama, ¿tú sabes algo? – fue instintivamente, no sé por qué se lo pregunté, pero creo que ella sabe algo, y si es así lo quiero saber. Además, mencionaron a mi padre, ¿eso quiere decir algo, no?

– Cariño, ahora no es el momento... debemos irnos de aquí e ir a un lugar más seguro. Si saben que estamos aquí podrían volver y... – empezó a llorar.

Odio ver a mi madre llorar. Antes de que papa se fuera, mi madre solía llorar cada noche, sus ojos estaban apagados, sin vida, y a veces la oía hablar solo. Y luego mi padre se fue, pero antes de irse, le dio una pistola a mi madre.

– ¿Por qué me la das?

– Para que os podáis proteger, Annie.

– De quien Marc, ¿de ti?

– Annie, ahora no, lo sabes muy bien, yo jamas os haría daño, ni a ti ni a Diana.

– Entonces, ¿¡porqué te vas, maldita sea?! – mi madre le empezó a gritar – nos dejas solas, Marc, ¿lo entiendes? Me importa una mierda lo que pase en este mundo, o en el tuyo, me da igual. ¡No vuelvas jamas, ni te acerques otra vez en tu vida!

Mi madre estaba muy roja por la ira, y segundos después se largó corriendo a su habitación. Yo me quedé perpleja, viendo como mi madre salía corriendo de allí, y cuando estuve un poco más bien miré a mi padre. El estaba mirando al suelo, no dijo nada, solo me miro por última vez.

Se dio la vuelta y se fue calle arriba.

***

Esperamos a la mañana siguiente para partir, esa noche la pasamos en el sótano. Mi madre enterró a mi abuela en el jardín, y pusimos unas flores para despedirla. Puse sus favoritas, o las que una vez lo fueron.

Tulipanes.

Seguimos caminando, en la calle casi no había nadie, todo el mundo supongo estaba en el hospital o en algún sitio donde den comida y sitios donde dormir. La mañana estaba calmada, seguimos caminando, hasta que vimos unos carteles que indicaban con un mapa un campo de refugio o también llamado "campamento", donde nos podíamos quedar a vivir. 

Tardamos unos 20 minutos en llegar, yo llevaba una maleta con lo esencial: agua, una linterna, un jersey, la pistola del chico del instituto y unas galletas de casa de mi abuela.

Finalmente, al llegar nos enseñaron los barracones donde dormir, la cocina, donde podríamos comer y también los baños públicos. Había mucha gente, por un momento pensé que todo el mundo estaría muerto, pero no fue así.

Aún en esa situación, yo seguía teniendo la pequeña esperanza de que allí pudiese encontrar a alguien conocido, como Jack o Amanda, mi mejor amiga. Hace ya mucho que no hablo con ella. Además, dejé mi móvil en el la clase del instituto, y no podía llamarla. 

Solo esperaba que estuviese a salvo, y que nos pudiésemos volver a encontrar.

Pasaron los días, y todo parecía normal, no mas ataques de esa gente, no más muertes, no mas lágrimas, estábamos empezando a recuperar la esperanza. Algunos decían que el ejercito había acabado con los enemigos, otros eran más negativos, y decían que solo estaban esperando para volver a atacar, cuando bajásemos la guardia, eso para mí era lo más probable.

Ya habían pasado unos dos meses des de que llegamos. No había novedades de las personas que mataron tanta gente. Todo el mundo estaba empezando a animarse, y a pensar que todo iba a acabar bien, pero no era así.

Oh, pobres de nosotros, los ingenuos, que llegamos a pensar que todo había acabado.

Un día, caminando por el campo de refugio, intentaba encontrar una cara familiar entre todas esas personas, seguí caminando cuando de repente vi una chica, pelo largo, negro y sedoso. Corrí hacia ella, no estaba segura, pero se parecía mucho, muchísimo. Así que seguí corriendo y le toqué el hombre y afortunadamente, era Amanda.

Se sorprendió mucho y lo primero que hicimos fue abrazarnos, estuvimos a punto de caer al suelo:

– ¡Diana, te he echado mucho de menos!

– ¡Yo también Amanda!

Fuimos a su barracón, donde nos contamos lo que habíamos pasado esos días, cuando el mundo se destruyó:

– No me puedo creer tu historia Diana, enserio, es demasiado hardcore.

– Lo sé, pero es la verdad... además ahora viene lo peor...

Decidí no contarle lo de la mujer y el hombre, pensé que mejor sería callarme, por el momento.

– Siento mucho lo de tu abuela...

– Tranquila, pero por cierto, ¿donde están tus padres?

Su expresión cambio muy rápido, y me temí lo peor. 

– Mama murió por una explosión... en cambio mi padre en un tiroteo en un centro comercial...

Amanda empezó a llorar, me sentí muy mal por ella, al contrario que a mi, ella estaba sola, se había quedado sola, y si yo no hubiese aparecido seguiría sola.

La seguí consolando, y ella seguía llorando en mi hombro. No me puedo imaginar las miles y miles de historias similares a la de Amanda, mucha gente murió, y esa gente tenían una familia.

Miré por la ventana del barracón donde estábamos, y observé todas las personas que pasaban por delante.

Niños, mujeres, hombres, algún que otro anciano...

Me sentí inútil, por no poder hacer nada. Yo solo quería, de algún modo, poder ayudar a toda esa gente.

Vi como el sol se ponía en el horizonte, y solo pude pensar en lo difícil que sería poder volver a la vida normal después de aquello.

La Otra RealidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora