Pensamientos de una adolescente introvertida. ©

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Siempre antes de dormir imaginaba un mundo perfecto, donde todos mis sueños se volvían realidad. En otras palabras, un mundo de color rosa.

Pero al despertar, todo desaparecía.

Cuando iba a la escuela, me hacían bullying. Y de nada menos que de mi prima y su mejor amiga que iban un grado superior al mío.

¿Saben qué es lo irónico?

Que yo no las odiaba. La palabra odio no existía en mi vocabulario. Por el contrario, quería estar con ellas. Envidiaba su amistad, la manera en la que siempre terminan haciendo todo juntas, desde tareas hasta juegos. Yo simplemente deseaba formar parte de ese círculo de amigas.

Casi todos los días llegaba a casa llorando por lo que me habían hecho en la escuela. A veces me hacían caer, en otras ocasiones se burlaban de mí, hablaban mal tanto de mí como de mis padres y hermanos. Eran niñas, no sabían lo que hacían.

Mis padres me daban consuelo, diciendo que hablarían con los padres de las niñas, el cuál uno de ellos es mi tío y el otro un amigo cercano de la familia. Me decían que pronto todo se solucionará. Yo sólo pensaba: "Quiero ser su amiga."

Obviamente esto no quedó así, por más que mis padres les hablaran a los suyos, era prácticamente imposible que dejaran de fastidiarme.

Aún recuerdo las miradas de odio que mi hermana les lanzaba, pues ¿A quién le gustaría que unas niñas hagan llorar a su pequeña hermana casi todos los días?

Y un día pasó. Me hicieron pruebas académicas para ver si podrían trasladarme a un grado superior del que estaba, ya que la profesora pensaba que me lo merecía debido a que siempre era yo la que mostraba más interés en las clases y la que sacaba notas más altas.

Ese día, estudié por primera vez con ellas, no podía estar mas feliz. Fue como que todo se hubiese olvidado entre nosotras. Nos hicimos amigas, pero no fue por mucho tiempo.

Al pasar un año, dejaron de hablar conmigo.