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Penúltimo año transcurrió con total normalidad, tanta, que se tornó de cierta forma un año aburrido.

Claro, tenia sus buenos momentos. Como las veces que mis amigas y yo nos reuníamos a platicar o simplemente escuchar música juntas.

Pero, algo nos desanimó.

Una de nuestras amigas se tenía que marchar del país. No definitivamente. Al menos, no aún.

Se trataba de una visita a sus abuelos, por tres meses.

Nos costó asimilarlo ya que nos tomó desprevenidas. Además de que contábamos con celebrar su cumpleaños todas juntas, como acostumbrábamos hacerlo todos los años.

Un día en la escuela, teníamos hora libre, por lo cual estábamos en nuestro aula de clases sin profesor. Se podía escuchar con facilidad el bullicio causado por las conversaciones que tenía cada grupo conformado.

Eso por una parte, era triste. Ya que, como compañeros de clases, no éramos unidos. Prácticamente el aula se dividía en seis o siete grupos. Y uno de ellos era el de nosotras.

Nos encontrábamos sentadas en forma circular, juntando los pupitres para no darle la espalda a ninguna. Ya se acercaba la fecha de partida de nuestra amiga, por lo que se podía respirar la nostalgia en el aire.

Si, solo se iba por tres meses pero había un detalle.

Cuando nos graduemos, cada una elegiría su camino. Y el de ella estaba a miles de kilómetros de distancia, pues se mudaría a otro país, lo que equivale a no saber cuando sería la próxima vez que la volveríamos a ver.

Y este viaje, era como una prueba.

Estábamos platicando sobre cualquier cosa, cuando una de ellas empieza a hablar de su cumpleaños.

— Ya verás que la pasarás genial con tus familiares.- Decía, esbozando una sonrisa.

Yo me mantenía callada.

— ¡Sí! Mientras nosotras, haremos un pastel para celebrarlo aquí.

Seguían diciendo cosas por el estilo, que si iban a comprar regalos y guardárselos, vídeo llamarla para "estar todas juntas",...

Mientras que yo sentía que ya no podría aguantar mucho tiempo.

Pensaba:

"Si así me siento porque se va unos míseros meses ¿que haré cuando se vaya definitivamente?".

"¿Me llamará?".

"¿Me olvidará?".

"¿Nuestra amistad seguiría siendo la misma?"

Y la pregunta que más me carcomía la cabeza era:

"¿Perderíamos la confianza la una en la otra?".

Y ese fue mi punto de quiebre.

No las pude escuchar más ya que, como alma que lleva el diablo, me levanté sin mirar a nadie y salí corriendo del aula de clases.

Corrí hasta el pasillo donde se encontraban bancos como asiento a lo largo de la pared.

Y solo pude desplomarme en ellos y llorar.

Lloraba y a la vez me sorprendía de mi misma ya que nunca había llorado con tanta intensidad hasta ese momento.

Y me di cuenta de una cosa.

Ella era más importante de lo que creía para mí.

Sollozos desgarraban mi garganta. Hacía lo posible para silenciarlos pero, cada vez que me calmaba, las mismas preguntas me bombardeaban otra vez.

Hasta que veo que una de mis amigas sale y, cuando me ve, se acerca rápidamente a consolarme y pidiéndome una explicación acerca de mi reacción.

Quise mentir, pero no pude.

De cierta forma me sentí estúpida.

Después de unas palabras de aliento por su parte, limpie los rastros de lágrimas que quedaban en mi rostro. Por suerte, soy del tipo de personas que cuando llora, no se sonroja ni se le irritan exageradamente los ojos. Así que al regresar, me excuse diciendo que lloré por una reciente historia que había leído.

Aunque no me creyeron, lo dejaron estar. Pues, estaba segura que ellas sabían la razón de mi comportamiento.

Pensamientos de una adolescente introvertida. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora