Cuarto capitulo

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  Los invitados llegaron temprano en coches(carricoches de un caballo), charabanes de dosruedas, viejos cabriolets sin capota, jardinerascon cortinas de cuero, y los jóvenes de los pueblosmás cercanos, en carretas, de pie, en fila,con las manos apoyadas sobre los adrales parano caerse, puesto que iban al trote y eran fuertementezarandeados. Vinieron de diez leguas ala redonda, de Godeville, de Normanville y deCany. Habían invitado a todos los parientes delas dos familias, se habían reconciliado con losamigos con quienes estaban reñidos, habíanescrito a los conocidos que no habían visto desdehacía mucho tiempo.De vez en cuando se oían latigazos detrás delseto; enseguida se abría la barrera: era un carricocheque entraba. Galopando hasta el primerpeldaño de la escalinata, paraba en seco y vaciabasu carga, que salía por todas partes frotándose las rodiIlas y estirando los brazos.Las señoras, de gorro, llevaban vestidos a lamoda de la ciudad, cadenas de reloj de oro,esclavinas con las puntas cruzadas en la cinturao pequeños chales de color sujetos a la espaldacon un alfiler dejando el cuello descubierto pordetrás. Los chicos, vestidos como sus papás,parecían incómodos con sus trajes nuevos (muchosincluso estrenaron aquel día el primer parde botas de su vida), y al lado de ellos se veía,sin decir ni pío, con el vestido blanco de su primeracomunión alargado para la ocasión, a algunamuchachita espigada de catorce o diecis-éis años, su prima o tal vez su hermana menor,coloradota, atontada, con el pelo brillante de fijadorde rosa y con mucho miedo a ensuciarselos guantes. Como no había bastantes mozos decuadra para desenganchar todos los coches, losseñores se remangaban y ellos mismos se pon-ían a la faena.Según su diferente posición social, vestíanfracs, levitas, chaquetas, chaqués; buenos trajes que conservaban como recuerdo de familia yque no salían del armario más que en las solemnidades;levitas con grandes faldones flotandoal viento, de cuello cilíndrico y bolsillosgrandes como sacos; chaquetas de grueso pañoque combinaban ordinariamente con algunagorra con la visera ribeteada de cobre; chaquésmuy cortos que tenían en la espalda dos botonesjuntos como un par de ojos, y cuyos faldonesparecían cortados del mismo tronco por elhacha de un carpintero. Había algunos incluso,aunque, naturalmente, éstos tenían que comeral fondo de la mesa, que llevaban blusas deceremonia, es decir, con el cuello vuelto sobrelos hombros, la espalda fruncida en pequeñospliegues y el talle muy bajo ceñido por un cinturóncosido.Y las camisas se arqueaban sobre los pechoscomo corazas. Todos iban con el pelo reciéncortado, con las orejas despejadas y bien afeitados;incluso algunos que se habían levantadoantes del amanecer, como no veían bien para afeitarse, tenían cortes en diagonal debajo de lanariz o a lo largo de las mejillas raspaduras deltamaño de una moneda de tres francos que sehabían hinchado por el camino al contacto conel aire libre, lo cual jaspeaba un poco de manchasrosas todas aquellas gruesas caras blancassatisfechas.Como el ayuntamiento se encontraba a unamedia legua de la finca, fueron y volvieron, unavez terminada la ceremonia en la iglesia. Elcortejo, al principio compacto como una solacinta de color que ondulaba en el campo, serpenteandoentre el trigo verde, se alargó enseguiday se cortó en grupos diferentes que serezagaban charlando. El violinista iba en cabeza,con su violín engalanado de cintas; a continuaciónmarchaban los novios, los padres, losamigos todos revueltos, y los niños se quedabanatrás, entreteniéndose en arrancar las campanillasde los tallos de avena o peleándose sinque ellos los vieran. El vestido de Emma, muylargo, arrastraba un poco; de vez en cuando, ella se paraba para levantarlo, y entonces, delicadamente,con sus dedos enguantados, se quitabalas hierbas ásperas con los pequeños pinchosde los cardos, mientras que Carlos, con lasmanos libres, esperaba a que ella hubiese terminado.El tío Rouault, tocado con su sombrerode seda nuevo y con las bocamangas de su trajenegro tapándole las manos hasta las uñas, dabasu brazo a la señora Bovary madre. En cuantoal señor Bovary padre, que, despreciando atoda aquella gente, había venido simplementecon una levita de una fila de botones de cortemilitar, prodigaba galanterías de taberna a unajoven campesina rubia. Ella las acogía, se poníacolorada, no sabía qué contestar. Los demáshablaban de sus asuntos o se hacían travesuraspor detrás, provocando anticipadamente eljolgorio; y, aplicando el oído, se seguía oyendoel rasgueo del violinista, que continuaba tocandoen pleno campo. Cuando se daba cuenta deque la gente se retrasaba, se paraba a tomaraliento, enceraba, frotaba con colofonia su arco para que las cuerdas chirriasen mejor, y luegoreemprendía su marcha bajando y subiendoalternativamente el mástil de su violín paramarcarse bien el compás a sí mismo. El ruidodel instrumento espantaba de lejos a los pajaritos.La mesa estaba puesta bajo el cobertizo de loscarros. Había cuatro solomillos, seis pollos enpepitoria, ternera guisada, tres piernas de corderoy, en el centro, un hermoso lechón asadorodeado de cuatro morcillas con acederas. Enlas esquinas estaban dispuestas botellas deaguardiente(1). La sidra dulce embotellada rebosabasu espuma espesa alrededor de los taponesy todos los vasos estaban ya llenos devino hasta el borde. Grandes fuentes de natillasamarillas, que se movían solas al menor choquede la mesa, presentaban, dibujadas sobre su superficielisa, las iniciales de los nuevos espososen arabescos de finos rasgos. Habían ido a buscarun pastelero a Yvetot para las tortadas y losguirlaches. Como debutaba en el país, se es-meró en hacer bien las cosas; y, a los postres, élmismo presentó en la mesa una pieza montadaque causó sensación. Primeramente, en la base,había un cuadrado de cartón azul que figurabaun templo con pórticos, columnatas y estatuillasde estuco todo alrededor, en hornacinasconsteladas de estrellas de papel dorado; después,en el segundo piso, se erguía un torreónen bizcocho de Saboya, rodeado de pequeñasfortificaciones de angélica, almendras, uvaspasas, cuarterones de naranjas; y, finalmente,en la plataforma superior, que era una praderaverde donde había rocas con lagos de confiturasy barcos de cáscaras de avellanas, se veía unAmorcillo balanceándose en un columpio dechocolate, cuyos dos postes terminaban en doscapullos naturales, a modo de bolas, en la punta.2. El normando, buen gastrónomo, suele tomaruna copa de aguardiente entre dos platospara abrir el apetito. El «calvados» es aguardientede sidra envejedido en toneles de roble, durante quince aefos, para que tenga buen buquet.Estuvieron comiendo hasta la noche. Cuandose cansaban de estar sentados se paseaban porlos patios o iban a jugar un partido de chito algranero, después volvían a la mesa. Algunos,hacia el final, se quedaron dormidos y roncaron.Pero a la hora del café todo se reanimó;empezaron a cantar, probaron su fuerza, transportabanpesos, hacían con los pulgares(2) gestosde un gusto dudoso, intentaban levantar lascarretas sobre sus hombros, se contaban chistespicantes, abrazaban a las señoras. De noche, ala hora de marcharse, los caballos, hartos deavena hasta las narices, tuvieron dificultadespara entrar en los varales; daban coces, se encabritaban,los arreos se rompían, sus amosblasfemaban o reían; y toda la noche, a la luz dela luna, por los caminos del país pasaron carricochesdesbocados que corrían a galope tendido,dando botes en las zanjas, saltando por en-cima de la grava, rozando con los taludes, conmujeres que se asomaban por la portezuelapara coger las riendas.2. Tenemos interpretaciones diferentes del texto«on passait sous son poucen». Una profesora francesanos indica que era un juego de destreza consistenteen hincar el pulgar en el suelo y hacer que la gentepase por debajo. La otra, que hemos elegido en latraducción, proceda de una nota de Clásicos Larousse.Los que quedaron en Les Bertaux pasaron lanoche bebiendo en la cocina. Los niños se hab-ían quedado dormidos debajo de los bancos.La novia había suplicado a su padre que leevitasen las bromas de costumbre. Sin embargo,un primo suyo, pescadero (que incluso hab-ía traído como regalo de bodas un par de lenguados),empezaba a soplar agua con su bocapor el agujero de la cerradura, cuando llegó elseñor Rouault en el preciso momento para impedirlo,y le explicó que la posición seria de su yerno no permitía tales inconveniencias. Elprimo, a pesar de todo, cedió difícilmente anteestas razones. En su interior acusó al señorRouault de estar muy orgulloso y fue a reunirsea un rincón con cuatro o cinco invitados que,habiéndoles tocado por casualidad varias vecesseguidas los peores trozos de las carnes, murmurabanen voz baja del anfitrión y deseabansu ruina con medias palabras.La señora Bovary madre no había despegadolos labios en todo el día. No le habían consultadoni sobre el atuendo de la nuera ni sobre lospreparativos del festín; se retiró temprano. Suesposo, en vez de acompañarla, marchó a buscarcigarros a Saint-Victor y fumó hasta que sehizo de día, sin dejar de beber grogs(3) dekirsch, mezcla desconocida para aquella gente,y que fue para él como un motivo de que letuviesen una consideración todavía mayor.3. Bebida hecha de agua caliente azucarada,aguardiente, ron... Carlos no era de carácter bromista, no se hab-ía lucido en la boda. Respondió mediocrementea las bromas, retruécanos, palabras de doblesentido, parabienes y palabras picantes quetuvieron a bien soltarle desde la sopa.Al día siguiente, por el contrario, parecía otrohombre... Era más bien él a quien se hubieratomado por la virgen de la víspera, mientrasque la recién casada no dejaba traslucir nadaque permitiese sospechar lo más mínimo. Losmás maliciosos sabían qué decir, y cuando pasabacerca de ellos la miraban con una atencióndesmesurada. Pero Carlos no disimulaba nada,le llamaba «mi mujer», la tuteaba, preguntabapor ella a todos, la buscaba por todas partes ymuchas veces se la llevaba a los patios dondede lejos le veían, entre los árboles, estrechándolela cintura y caminando medio inclinadosobre ella, arrugándole con la cabeza elbordado del corpiño.Dos días después de la boda los esposos sefueron: Carlos no podía ausentarse por más tiempo a causa de sus enfermos. El tío Rouaultmandó que los llevaran en su carricoche y élmismo los acompañó hasta Vassonville. Allíbesó a su hija por última vez, se apeó y volvió atomar su camino. Cuando llevaba andados cienpasos aproximadamente, se paró, y, viendoalejarse el carricoche, cuyas ruedas giraban enel polvo, lanzó un gran suspiro. Después seacordó de su boda, de sus tiempos de antañodel primer embarazo de su mujer; estaba muycontento también él el día en que la había trasladadode la casa de sus padres a la suya,cuando la llevaba a la grupa trotando sobre lanieve, pues era alrededor de Navidad y el campoestaba todo blanco; ella se agarraba a él porun brazo mientras que del otro colgaba su cesto;el viento agitaba los largos encajes de sutocado del País de Caux, que le pasaban a vecespor encima de la boca, y, cuando él volvía lacabeza, veía cerca, sobre su hombro, su caritasonrosada que sonreía silenciosamente bajo lachapa de oro de su gorro. Para recalentarse los dedos, se los metía de vez en cuando en el pecho.¡Qué viejo era todo esto! ¡Su hijo tendríaahora treinta años! Entonces miró atrás, no vionada en el camino. Se sintió triste como unacasa sin muebles; y mezclando los tiernos recuerdosa los negros pensamientos en su cerebronublado por los vapores de la fiesta, le dieronmuchas ganas de ir un momento a dar unavuelta cerca de la iglesia. Como, a pesar de todo,temió que esto le pusiese más triste todavía,se volvió directamente a casa.El señor y la señora Bovary llegaron a Tosteshacia las seis. Los vecinos se asomaron a lasventanas para ver a la nueva mujer del médico.La vieja criada se presentó, la saludó, pidiódisculpas por no tener preparada la cena a invitóa la señora, entretanto, a conocer la casa.  

Madame BovaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora