Capítulo tres.

1K 89 8
                                    

La habitación de Harry quedaba en la segunda planta, como la del resto. En la primera planta se encontraban los talleres, cocina, salas de estar, y consultorios. Era un lugar grande y debía de andar con los ojos bien abiertos para no perderse.

Hizo caso al consejo de la enfermera de la entrada y se quedó en aquel cuartito toda la tarde. Sólo quedaba una hora para que la noche caiga cuando él llegó, por lo tanto no estuvo mucho tiempo allí sin hacer nada. 

Eran aburridas las paredes empapeladas con un estampado de flores, había una sola ventana y con rejas, podía abrirse sólo hasta la mitad. Tenía una pequeña estantería donde poner sus ropas y la maleta la guardó bajo la cama. Aquel mueble no era muy cómodo que digamos, su cama, por supuesto, era mucho mejor; pero debía acostumbrarse.

Además del chico de la entrada, no se cruzó con nadie más y lo agradeció porque no sabía si aún estaba listo cómo para enfrentar la realidad de aquel lugar. Era consciente de que allí había todo tipo de personas con todo tipo de enfermedades mentales. Así  cómo había depresivos (cómo él), también podía haber esquizofrénicos, paranoicos, bipolares y quién sabe qué más. 

Harry se sentía intimidado por aquel lugar, sentía que debía rendirle respeto sólo por miedo. Porque temía el qué podía pasarle, lo que podía llegar a ver. Pero él tenía que derrocar a los demonios que estaban destruyéndolo, y debía hacerlo allí sin importar las condiciones del lugar o de las personas que habitan en él.

Un señor con bigote se había presentado a él antes de que lo dirigiesen a su habitación, él había dejado un par de reglas y normas de convivencia del lugar. Tales como la hora de despertar y dormir, en qué lugares no debía entrar, exigencia de respeto, no peleas, entre otras. También le aclaró que él por ser nuevo podía quedarse toda la noche en su habitación, claro, estaba totalmente invitado a cenar pero los profesionales sabían bien que al recién llegado le hacía falta un tiempo para asimilar todo con  ellos mismos, de adaptarse y, a causa de esto, solía cerrarseles el apetito. 

Harry no salió de su habitación en ningún momento. Miró un largo tiempo la puerta de madera cerrada con llave preguntándose qué hacer luego de acomodar todo.

Las luces repentinamente se apagaron, Harry buscó un interruptor con la poca luz de la luna que entraba por la ventana. No había uno por ninguna parte.

—Hora de dormir.— una voz aguda pasó medio gritándolo por todos los pasillos, lo repetía varias veces y probaba que las puertas estén cerradas. Harry recordó el haber visto en una que otra película de prisiones algo similar y se estremeció.

Se acomodó entre las sábanas de su cama y suspiró cuando estuvo cómodo. El silencio se hizo presente en todo el lugar, no se oía absolutamente nada. Cerró los ojos, pensando que quizá no sería tan malo.

Un silbido, fuerte. Negó con la cabeza sin abrir sus ojos.

Un grito desgarrador. Abrió sus ojos, algo asustado.

Un llanto de mujer, tan alto que hasta él lo oía. No sabía de dónde provenía pero realmente lo asustó.

Alguien comenzó a cantar, parecía ser otro idioma y uno el que Harry siquiera sabía identificar. 

Parecía un circo de sonidos escalofriantes. Se mezclaban el llanto, los gritos, uno que otro silbido, los cantares en otras lenguas y también oyó a alguien hablando solo, ya que podía escuchar claramente cómo se contestaba sus mismas preguntas.

Se sentó y dio vuelta su cuerpo, dejándose caer boca abajo en la cama. Golpeó su cabeza un par de veces contra su almohada, frustrado porque sabía que no podía dormir.

Oblivion. [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora