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Lawrence, Kansas.
31 de Octubre, 1995.

Sam ya tenía 12 pero hoy era halloween. Niños de hasta 18 años salían a hacer travesuras, a comer dulces e incluso emborracharse. Pero no en el caso de Sam. Él estaba encerrado en su habitación escuchando los clásicos de Queen mientras que nuevamente abajo, en el primer piso de su casa, se escuchaban los gritos de su padre y su hermano. Se había hecho una total costumbre escuchar sus peleas y luego ver a Dean lleno de moretones o labios sangrantes, y cuando Sam se interponía siempre terminaba con un ojo morado y con su hermano gritándole que no se metiera en esto. Siempre alguien terminaría gritándole y criticándolo por lo estúpido que era o lo inservible que podía llegar a ser.

En la escuela pasaba lo mismo. Sam era la rata del salón, el niño cerebro que todos ocupaban como trapo. Lo molestaban, le pegaban y le ponían sobrenombres. Llegó a tal punto que Sam tomó clases de defensa personal. No quería sentirse así de vulnerable, no más.

Un gran golpe logró colarse en los oídos del castaño, aún con los audífonos puestos. Pasó sus manos por su cabello tratando de relajarse, tratando de liberar la tensión que sentía en estos momentos, controlar los impulsos por bajar y hacer algo...cualquier cosa que pudiera ayudar a su hermano. Bufó y se paró de su cama dejando los audífonos y el walkman en su velador. No podía estar acá y sabía que Dean lo iba a entender. Abrió la ventana de su habitación y salió por esta, tratando de aterrizar bien cuando sus pies chocaron con el suelo de su jardín. Corrió y corrió sin parar, chocando varías veces con los cuerpos de niños disfrazados o con sus padres quienes los acompañaban. Familias felices que salían en conjunto a disfrutar de lo que era la recolección de dulces y el momento de ser cualquier otra persona, poder disfrazarte y olvidar todo lo que implica ser tú, tener otra vida a la cual recurrir cuando las cosas se ponen feas. Sam quería tener un disfraz en estos momentos...uno que lo escondiera para siempre de lo que significaba convivir con John Winchester y sus abusos familiares.

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Caminaba por las calles oscuras de Lawrence. La mayoría de las familias se habían ido a sus casas a causa de lo tarde que era, 2 de la madrugada y el castaño aún seguía afuera. Vio a un grupo de adolescentes gritar y reírse mientras se abrazaban, era obvio que estos estaban completamente borrachos así que decidió ignorarlos cuando estos le empezaron a gritar cosas bastantes...explícitas.

Sam dobló unas calles antes para no tener que cruzarse a los imbeciles borrachos. Ya era hora de irse a casa, no podía seguir acá siendo que podía encontrarse a varias personas en el mismo estado que el grupo anterior. Sus manos empezaron a sudar cuando sintió varios pasos detrás suyo. No miró hacia atrás y sólo siguió caminando más rápido. Sólo segundos pasaron cuando sintió que las personas que lo perseguían también empezaron a aumentar su ritmo al caminar. El pequeño niño empezó a hiperventilar y no pudo hacer más que correr despavorido entre callejones, rogándole al cielo que pudiera llegar a su casa a tiempo o al menos al barrio para poder gritar por ayuda. La adrenalina lo había consumido tanto que no se dio cuenta cuando ya tenía al grupo de adolescentes pisándole los talones y gritó de dolor cuando uno de ellos agarró fuerte su pelo, tirándolo por inercia al pavimento frío. Eran un total de 5 chicos que rondaban los 17 y 18, según él, posiblemente un curso más arriba que Dean, incluso tal vez su hermano los conocía y si era así tenía la posibilidad de negociar y salvarse de esto. Pero se equivocaba.

— Mira a quien tenemos aquí. Una pequeña perra solitaria. ¿Qué haces a estas horas sola, putita? — habló un castaño con un asqueroso acné en su rostro. Los de su grupo rieron y Sam sintió como sus ojos se pusieron llorosos. Estaba jodido, tenía que idear algún plan para escapar.

After Classes [samifer] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora