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Lawrence Central Hospital, Kansas.
14 de Noviembre, 1995.

Habían pasado ya 2 semanas desde que Sam había llegado al hospital y sólo una semana desde que Sam recién despertó. No habló durante 3 días y ya el cuarto de la segunda semana habló por primera vez con la enfermera que le estaba cambiando el suero.

Los doctores y enfermeras se habían encariñado con el niño y no podían negar que parte de ese cariño estaba acompañado de una gran lástima. Sam no quería la lástima de nadie, el quería salir de acá e irse a su casa, extrañaba su casa. Prefería mil veces los gritos de su padre y los golpes que se ganaba que estar encerrado en 4 paredes blancas con esa maldita maquina que no se callaba nunca y con todas las personas mirándolo como un estúpido cachorro atropellado. Sólo le hacían recordar lo que le había pasado y Sam no quería recordarlo, no quería revivirlo, sentir esas manos tocar su cuerpo, sentirse sucio.

— Sam, cariño, traje tu almuerzo. ¿Necesitas algo más? — preguntó amable Meg, la enfermera. Ella lo había estado revisando todos los días desde que llegó al hospital. El castaño la miró profundo, analizando cada expresión de la rubia. Meg se mordió el interior de su mejilla y un escalofrío le recorrió la espalda. Estaba incómoda e incluso podía decir que esa mirada le daba hasta cierto punto miedo. Nunca había visto a Sam de esta manera, no en la última semana que había estado despierto. Algo más pasaba por su mente al momento de observarla y podía jurar de que las reacciones que empezaba a mostrar Sam no eran normales.

— Necesito salir de aquí, Meg...— murmuró con voz ronca ahora mirando el techo de la habitación de hospital. — Estoy cansado y quiero mi cama, no este colchón duro con olor a muerto.— Meg era una de las pocas que no lo miraba con lástima. Ella pensaba que Sam era fuerte, demasiado. Cualquier otro niño estaría en un shock post-traumático y Sam estaba aquí, hablándole.

— Lo sé, cariño. Pronto saldrás de aquí, sólo tres días más y podrán hacer el papeleo para retirarte del hospital. — Meg trató de acariciar el pelo de Sam y este rápidamente saltó en su cama, reacio ante cualquier toque humano que no fuera para cambiarle el suero. Por unos segundos el castaño ya no vio a Meg sino que vio a ese imbecil de ojos azules, tratando de tocarlo nuevamente. Empezó a hiperventilar y sus ojos se pusieron llorosos. "Por favor, no de nuevo" rogó mientras se revolvía bajo el agarre de Meg.

Pero de un segundo a otro Sam ya no estaba moviéndose, respiraba agitado con el cuerpo pegado al duro colchón sintiendo cada músculo contraerse.

— Lo siento pequeño, tuve que presionar una central nerviosa para que no terminara en un ataque de pánico...estarás un poco inmovilizado por unos minutos.— el castaño asintió aún con la respiración irregular, y su mirada nuevamente perdida en el blanco techo de su habitación de hospital. ¿Por qué tenía que pasarle esto? El quería su vida normal de vuelta, aunque esta nunca hubiera sido normal del todo. Sam estaba acostumbrado a lo que es el sufrimiento familiar pero ahora tendría que vivir con otra clase de dolor. Ese dolor que lo carcomía por dentro cada vez que le llegaban recuerdos de esa noche. La humillación, el odio, lo sucio que se sentía, las cicatrices tanto internas como externas.

Sammy estaba muriendo y nadie lo notaba, nadie quería aceptar la vida que llevaría el pequeño castaño luego de todo esto, las consecuencias.

Sam estaba perdido, roto, destrozado en cada sentido de la palabra y nadie podía hacer algo para evitarlo. ¿Qué vida digna podía llevar después de toda la humillación? Tenía 12 jodidos años y Sammy ya quería dejar de existir.

After Classes [samifer] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora