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A diferencia de Hasetsu, en la ciudad de Tokio y sus alrededores no hay nieve cubriendo las calles, los edificios ni los escombros

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A diferencia de Hasetsu, en la ciudad de Tokio y sus alrededores no hay nieve cubriendo las calles, los edificios ni los escombros. El manto blanco de helada nieve ha desaparecido hace varios kilómetros, en su lugar gruesas capas de polvo y suciedad manchan cada superficie.

Lo que sea el ser tan aburrido encargado de movernos como marionetas en el tablero de la vida, debe estar divirtiéndose mucho al darnos esperanzas por un momento para arrancarnos de raíz los corazones junto nuestros idílicos sueños de un futuro mejor, más bonito y brillante. Nos da una sonrisa para hacemos sangrar lágrimas. O nos ofrece una terrorífica noche fría para que, al amanecer, los rayos del sol bañen nuestros rostros demacrados y sucardos por marcas de lágrimas secas.

Las cuatro horas que tardó en llegar el astro brillante, despertando a los pocos seres vivos del mundo que aún lo esperan día con día en pos de su propia supervivencia, descubrimos que en las autopistas no hay tantos infectados como en las ciudades y pueblos aledaños al que era nuestro hogar.

Sin embargo, después de que la ciudad subterránea de Hasetsu explotara, ardiendo en llamas que parecían acariciar el cielo y sus brillantes estrellas, Leo informó desde su lugar tras el volante, que sus órdenes eran separarse y reagruparse en Tokio.

Así los cuatro camiones formaron dos grupos. Dos camiones resguardados por una camioneta con Aniquiladores iría por otro camino y la otra, seguida de dos jeeps con un grupo de aniquiladores y otro de Buscadores, haría lo mismo hacia una carretera contraria. Supuse que en el vehículo más resguardado iría Viktor y el bebé monstruo con la cura dentro de su pequeño cuerpo.

Los tres remolques que quedábamos junto con una camioneta seguiríamos en línea recta hasta Tokio.

Eran precauciones estúpidas, pero necesarias. Según como se viera. Yo solamente entendía que nos estaban dividiendo a Sala, Viktor y a mí, ya que éramos nosotros tres quienes teníamos docis de la cura.

Si no podíamos ser todos, al menos uno de nosotros debería llegar a Tokio.

El resto de la noche fue remotamente inquietante después de salir de las zonas edificadas. Muy tranquilo. Demasiado para los nervios a flor de piel que nos cargábamos cada sobreviviente.

Así fue hasta llegar a los distritos cercanos a nuestro destino.

Al ser Tokio el primer foco de infección en Japón. Sus alrededores eran un hervidero de Upyrs, sin embargo muy pocos se atrevían a acercarse.

Gracias a los tres viajes a la Ciudad Amurallada que Yuuri y J.J hicieron en el año, un camino marcado y despejado de edificios y escombros nos daban la bienvenida, algunos resguardados por lámparas ultravioleta. Cuando por fin salíamos de los pueblos, con un solo cartucho de balas, el sol dio su primera caricia matutina. Aliviando y sorprendiéndonos por igual.

Al ser invierno los rayos de la estrella mayor no eran fuertes ni cálidos. Sólo una luz pálida filtrándose entre ligeras capas de nubes delgadas. Pero era lo justo y necesario para que los infectados se quedaran resguardados bajo techo.

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