18• Segundo encuentro.

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POV. YUURI KATSUKI
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[27 horas antes][Ciudad Subterránea  Hasetsu Kyushu 3:36 a

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[27 horas antes]
[Ciudad Subterránea Hasetsu Kyushu
3:36 a.m]

"Ven conmigo"

Una frase en voz rota, desesperada. Un ruego en labios de la única persona a la que yo le entregaría el corazón sin mayor aliciente que un par de ojos llorosos en el rostro de mi más grande y puro amor.

Las palabras de Yuri, ese pedido con voz ronca y labios temblorosos se graba en mi mente, tatuándose a fuego, a sangre; ahí, ahí donde el sonido de su risa y la forma graciosa en que arruga la nariz se resguarda junto a los recuerdos de toda la gama de sus miradas y expresiones que se ocultan en el fondo de mi cerebro. Archivadas por la cantidad de latidos erráticos que robó hasta la que más feliz nos hizo a ambos.

Y los necesitaré. Planeo evocar cada memoria celosamente adorada durante toda la noche. Durante todo el tiempo que deba estar alejado de él.

Mis sentidos divididos intentando absorber todo lo que sucede a mi alrededor. Los gritos desesperados de los pocos ciudadanos que aún esperan un milagro dentro de la ciudad, al fondo del túnel; Las luces rojas parpadeando sobre nosotros mientras el Jeep completa su avance hacia la salida; los latidos pesados de mi corazón y el sudor de mis manos, todo eso, en conjunto, no logra tener un peso en mí más allá del dolor sordo que me carcome el alma al ver —lo que la miopía en mis ojos me permite a través de la noche, al menos— a mi novio llorando amargamente entre los brazos de mi hermana.

Los ojos verdes de Yura brillan hipnóticos con un siniestro brillo fosforescente ante el reflector de las luces del Jeep. Las lágrimas resbalando por la blanca y tierna piel de sus mejillas lanzan destellos, pequeños y diminutos cristales cayendo uno a uno. Diamantes valiosos, fragmentos de un alma desolada.

"Ven conmigo"

Era lo que más deseaba. Quería estar junto a él, ser quién lo protegiera y lo abrazara en ese remolque, rodeados de nuestros amigos y familiares. Cuidar y velar por ellos en la travesía que significará viajar por casi todo el país para llegar a Tokio y mendigar ayuda.

No obstante, no podía simplemente ir porque alguien debía cubrir la huida de ellos. Distraer a la mayor cantidad de infectados posibles para que no se acercaran a los camiones e intentasen volcarlos para conseguir su cena. O desayuno, teniendo en cuenta la hora.

Mi padre, a mi lado, se endereza en su lugar tras el volante y en los asientos traseros Christopher y Otabek hacen lo propio, apeándose con sus armas. El clic que suena ligero al soltar los seguros me hace espabilar y prepararme para el futuro intimidante e incierto que nos depara en las próximas horas.

Ven conmigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora