Nunca me interesé en los trabajos de mi madre, lo único que yo sabía era que ganaba lo suficiente para darnos una buena vida. Aunque a veces creía que sólo comprándome cosas caras sobreviviría y olvidaba llenar la despensa.
Con doce años he vivido en ocho lugares diferentes. Uno más elegante que el anterior. Al llegar a Japón creí que sería diferente. En mi mente, yo imaginaba las casas como las que se veían en las películas, tradicionalmente orientales. No conté con que Tokio sería una ciudad tan grande y más moderna de lo que podría haber pensado.
El edificio al que llegamos era elegante, limpio y con apartamentos cómodos. La escuela no estaba muy lejos de ahí, así que no me veía en la obligación de tomar el tren lleno de gente, calor y posibles pervertidos.
Mis vecinos, aunque algo mayores, todos parecían buenas personas, no entendía lo que querían decirme la mayor parte del tiempo y tampoco me gustaba convivir mucho con ellos como para descifrarlos.
Una parte de mi agradece los impulsos de mi madre. Ella eligió ese lugar y por ello yo podía alargar mi vida un poco más. Porque estoy seguro de que hubiese muerto de no ser por el señor Chulanont y fue gracias a que mi mamá decidió vivir ahí que yo pude conocerlo. ¿Habría yo tenido la misma suerte de seguir en Moscú? Lo dudo.
En las últimas semanas ya nadie podía ignorar las noticias, porque los informes sobre una epidemia era todo lo que aparecía en televisión. Y aún así muchos ilusos creíamos que podíamos vivir el día a día como si el mundo no estuviera cayendo a pedazos. Entendía, a gran escala, a qué nos enfrentábamos y que, si sobreviviamos a los infectados, la tranquilidad sería momentánea. Hasta el siguiente anochecer...
—Debemos irnos. —No me moví de mi lugar aún cuando escuché fuerte y claro al señor Chulanont, tan fuerte como los gritos que resonaban a través del ventanal, provenientes de las calles.
—¿Debemos hacerlo? —pregunté, odiando el temblor que recorría mi cuerpo y la estupidez de semejante cuestionamiento. El hombre frente a mi me dio una mirada extraña, quizás considerando mi salud mental. —¿A dónde iremos?
—Aún no sé —aceptó él. Una risa un poco histérica escapó de mis labios al vislumbrar que el señor Chulanont me ofrecía una mano.
Él ya estaba cerca de la puerta y me ofrecía su ayuda de nuevo. ¿Qué tan grande puede ser el corazón de una persona? Ese hombre, sin duda alguna, era una de las personas más amables que yo conocí en mi vida. La primera. Conocerle trajo a mí más personas con sentimientos tan marcados y cálidos como ningunos otros.
Viví mucho tiempo creyendo que la bondad de las personas era falsa, que siempre hacían algo para obtener otra cosa a cambio. ¿Existe realmente una persona desinteresada, capaz de ofrecer una cosa insignificante o incluso la vida misma sólo por hacer un buen acto?
Deseaba creer que sí. Y que el señor que me ofrecía una oportunidad de salvación fuese una de ellas.
Lo primero que nos recibió al salir del departamento fue un silencio desconcertante y la iluminación blanca dándole un efecto fantasmagórico al pasillo, algo de lo que nunca fui consciente ya que jamás salía a esas horas. La mano grande y cálida que sostenía la mía apretó su agarre y me deje guiar hacia las puertas del elevador.
ESTÁS LEYENDO
Ven conmigo.
Fanfic[YOI/ Yuuyu] [AU. Post-apocalíptico] Cuando el mundo es arrasado por un virus mortal la única salvación es luchar por mantener tu humanidad. Yuri Plisetsky se pregunta si es necesario seguir viviendo en un planeta que se destruye lentamente, sin em...