11• Mi ángel gato.

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POV. Yuuri Katsuki
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La naturaleza humana suele hacernos actuar de formas incomprensibles hasta para nosotros mismos

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La naturaleza humana suele hacernos actuar de formas incomprensibles hasta para nosotros mismos.

Los humanos solemos jactarnos de las cosas que hacemos bien y de lo mucho que podemos tener en comparación con los pobres diablos que no tienen nada. Porque el ser humano es cruel en muchas ocasiones, o en su defecto, la mayor parte del tiempo.

Pero cuando cometemos un error, la desesperación nos consume y buscamos mil formas y mil rostros ajenos a nosotros para culparlos por nuestras acciones equivocadas y adjudicarles las consecuencias que éstas puedan acarrear.

Las personas, a veces, solemos frustrarnos en vida por aquella mala decisión que tomamos en algún momento icónico de nuestra existencia. Culpamos tanto a esa decisión, a ese momento preciso en que la tomamos, de todo la malo que nos ha sucedido a lo largo de los días, meses y años.

¿Cuántas decisiones se han tomado en la vida de cada individuo? ¿Cuántas de ellas son malas?

Cuando yo era un niño, pequeño e iluso a mis cinco años, comencé a tomar clases de ballet. Clases de las que mi hermana mayor se escabulló porque, según ella, no eran lo suyo. ¿Qué es lo nuestro? Para mi, ver a Mari danzando sobre la punta de los pies era como presenciar un acto mágico. Entonces cuando ella declaró, a mitad de la cena familiar, que lo dejaría, yo decidí comenzarlo.

Una decisión.

Minako fue una profesora excepcional. Ella era una de esas personas que no hacían un halago a menos que lo merecieras. Siempre exigiendo más porque sabía que podías con ello.

Fue ella quién, a mis siete años, me animó a probarme unos patines y deslizarme sobre una cristalina pista de hielo, dándome sin saberlo, la ilusión de un sueño.

Había visto tantas competencias de patinaje artístico con ella que en más de una ocasión llegué a plantearme la posibilidad de hacerlo. Competir profesionalmente y llegar a lo más alto deslizándome en las cuchillas de mis patines sobre un gran espejo frío.

Sin embargo, solamente fue eso: un sueño.

Al cumplir los catorce años y con las cartas sobre la mesa, debía elegir una y tomar el rumbo que guiaría mi vida.

Y yo sólo pude permanecer ahí, sentado frente a mis padres. La sonrisa llena de bondad de mi madre, alentándome a tomar el camino que yo quisiera y me hiciese más feliz. Y por otro lado mi padre, ese hombre honorable y amable que había dedicado su vida a luchar, con una sonrisa triste porque su hijo no quisiera, ni considerara seguir sus pasos.

Yo era el hijo menor. Su único hombre.

Podría decirse que esa fue mi mala decisión en la vida.

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