8• Estrellas verdes.

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Convivir con más personas fue todo un reto para mí

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Convivir con más personas fue todo un reto para mí. Me sentía a gusto siendo un marginado de la sociedad, autoimponiendome la soledad y tranquilidad de sentirse seguro dentro de uno mismo, sin necesidad de fingir o ser educado con las personas alrededor. Sin embargo, en Hasetsu descubrí que no era tan horrible hablar con alguien, pasar el tiempo conversando, incluso sonriendo de vez en cuando.

En los primeros tres meses hice una rutina dentro de la pequeña comunidad subterránea, tan normal como podría ser una vida enclaustrado bajo tierra porque el mundo ahí afuera estaba jodiéndose.

Por las mañanas, cuando Yuuri se iba, bajaba a las cocinas y ayudaba a Hiroko, Mari y otro par de señoras encargadas de los alimentos. A mediodía me pasaba por el laboratorio de Víctor, más que nada porque, aunque lo creía un demente, las investigaciones que él hacía eran tan inquietantes como atrayentes. Podía pasarme horas leyendo sus carpetas de avances y preguntando muchas cosas. Creía que, si algún día volvía a salir a la superficie, al menos sabría a qué me enfrentaba. En las tardes jugaba con Zet o conversábamos sobre su familia o algunas banalidades. Al atardecer me escabullía hacia la zona de estacionamiento a esperar. Cuando Katsuki llegaba lo arrastraba conmigo a los comedores y le contaba lo que había hecho en el día mientras lo veía comer para después escuchar sobre su día de mierda viendo cadáveres en las calles y luchando contra infectados.

Los días que se quedaba en Hasetsu los pasaba con él. Acompañándolo cuando debía facilitarle muestras de sangre a Víctor, cuando conversaba con su madre y hermana o viéndolo entrenar.

Mis furtivas visitas nocturnas a su habitación se volvieron recurrentes hasta llegar a un punto en que él simplemente dejaba la puerta abierta para mí, sabiendo que después de bañarme iría a buscarlo.

No comprendía ni yo mismo mi actitud. Las primeras semanas pensé que se debía al miedo; era un niño que lo perdió todo en una noche, necesitaba sentirme protegido y él era justo lo que yo quería. Alguien que me dejara acurrucarme junto a su cuerpo buscando calor, quién acariciara mi espalda o cabello cuando despertaba a mitad de la noche gritando gracias a las pesadillas o simplemente una persona que me hiciera recordar que aún era humano y que verse débil ante alguien más no era tan terrible.

Pero entonces los días pasaron y la convivencia crecía. Katsuki era divertido a su manera. Sus reacciones lo eran. Un segundo era el militar de mirada seria y capaz de hablar sobre asesinar, escenas llenas de sangre y pérdidas de vidas; minutos después se convertía en un chico tímido y con el rostro rojo cuando alguna persona le daba aunque fuera una pequeña muestra de afecto. Como cuando su madre le acariciaba la mejilla después de servirle la cena.

Aunque había excepciones. Yuuri no demostraba nerviosismo cuando Víctor o Phichit lo abrazaban, parecía como si nadie estuviera colgandose de su cuello o brazo. No se inmutaba.

Cuando le cuestioné aquello, cerca de mi segundo mes en la ciudad subterránea, él respondió que estaba demasiado acostumbrado a que ese par fuesen tan efusivos con sus muestras de afecto, y simplemente decidía ignorarlos.

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