XXXIV

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Enredada entre dos mundos

La muchacha vivía presa de mares azules

En aquella mirada de firmamento

Que escondía tantas posibilidades.

Y luego estaba aquel otoño

En otro cabello y en otros ojos

Él era estatua, y a ella

Las dudas de rugían en el pecho.

Nunca podría dejar sentir

Que su corazón era de mil tonalidades azuladas

Que su futuro pertenecía a aquel chico

Que siempre de lejos la miraba.

Pero mensajes el otro mandaba

Que hacían palpitar sus huesos

Ella reía en la oscuridad

Y luego se culpaba por ello.

Y es que el amor nos acaricia a todos

La frente con esa varita tan suya

Y el verano infinito espera

A que los sentimientos encuentren su camino

Para entrelazar dos cuerpos

A que una mirada dure lo suficiente

Para contener mil universos

A que los chicos con estrellas en los ojos

Digan sí con la cabeza

Que nos abracen contra las horas tristes

Y cubran de flores nuestro pelo

Pero ¿quién será?, al final

El que grite

un

te quiero

al

cielo.

Las horas tristesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora