Capítulo XII

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Villa de la Concepción, julio de 1806

Los siguientes dos viajes a la villa habían sido normales y tranquilos; pero la normalidad iba a durar poco. A principios de julio, cuando la comitiva de criados llegaba a la Concepción como todos los meses, encontró la plaza convulsionada.

Había corridas y gritos. Numerosos soldados iban de aquí para allá, con sus uniformes raídos. Parecían estar aprestando un ejército. Agustina quería saber qué sucedía, pero los criados decidieron apurar las compras para volver rápidamente a la finca e informarle a su ama lo que estaba pasando.

Josefa le rogó a la jovencita que no se alejara, ya que querían regresar apenas terminaran. Agustina, desoyendo su pedido, corrió a la capilla donde estaba el Maestro Molina, observando el movimiento de la plaza desde la puerta.

—¿Qué es lo que pasa, padrecito? —le preguntó, sin mediar saludo, tratando de recuperar el aliento.

—Nada que necesites saber, hija —le respondió el cura, algo molesto por su falta de educación.

—Le pregunto porque los sirvientes de mi familia tendrán que contarle a mi madre lo que sucede —improvisó— pero como no saben nada, no podrán informarle.

El cura la miró con suspicacia. Era evidente que los sirvientes no eran los interesados en saber.

—Entonces, que hablen con el Alcalde —dijo con suficiencia, dando por zanjado el asunto, ya que la chica no se atrevería a preguntarle directamente al máximo Cabildante.

Sin embargo, Agustina asintió y al grito de «¡Gracias, padre!», se marchó corriendo. El párroco se quedó pasmado, viéndola alejarse.

Cruzó la plaza corriendo, esquivando soldados que pasaban a la carrera. No iba a hablar con el Alcalde. Con la respuesta del cura, recordó aquel tema importante que semanas atrás la mantuviera en vilo. En aquella ocasión, había hallado un edicto del Cabildo colgado de un poste.

Al llegar a la picota encontró, como esperaba, una nueva proclama, fijada esa mañana. Tuvo que esperar que se retirara un grupo de vecinos, que se amontonaba sobre el papel colgado y no la dejaba aproximarse lo suficiente para leerlo.

Cuando finalmente pudo acercarse y leyó la comunicación, salió corriendo a ayudar a los criados con las compras. Tenían que regresar lo antes posible a su casa, para contarle a su madre lo que estaba pasando:

«El Gobernador de Córdoba del Tucumán, don Victorino Rodríguez ordena al Cabildo de la Villa de la Concepción que, contrariamente a lo expresado en cualquier bando anterior, envíe con suma urgencia todos los hombres y armas posibles a sumarse a la milicia de Córdoba, para que acudan a auxiliar a la plaza de Buenos Aires la que, desde el 25 de junio pasado, se halla invadida por los ingleses».

Crónica de una invasión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora