Cabo de Buena Esperanza, marzo de 1806
El general Baird ordenó que no se bajaran las banderas neerlandesas por un tiempo, con el fin de no anticipar a los navíos que arribaran, que la colonia había cambiado de manos.
Así fue engañado el capitán Brittel, al mando de la fragata francesa Volontaire, la que el 4 de marzo ancló en el cabo y de inmediato, su nave fue capturada. Muchos otros navíos de bandera gala habían sido apresados antes, con la diferencia de que en ésta hallaron más de 200 prisioneros británicos en sus bodegas, los que fueron sumados a la tropa.
***
Más de un mes después de aquel acontecimiento, seguían en esa tierra lejana. Habían tenido éxito en la conquista y continuaban allí para proteger la colonia. Sin embargo, sin nuevas órdenes, Thomas pensaba que pronto los mandarían de regreso a Londres.
—Esta incursión ha sido agotadora —le comentaba a su amigo—; por extraño que parezca, empiezo a desear regresar a casa.
—En realidad no debería contarte nada porque no estoy autorizado a divulgar información a la tropa —reconoció William Popham— pero, por lo que se escucha entre la oficialidad, no será Londres nuestro próximo destino... —le dijo, con un halo de misterio.
—¿Acaso no volveremos a Inglaterra? —indagó su amigo, desconcertado.
—Solo puedo comentarte que, cuando estuvimos en Río de Janeiro, mi padre recibió informes sobre el Río de la Plata —le contó en tono de confidencia— y hace dos semanas, con la llegada del buque negrero Elizabeth, obtuvo nuevas informaciones desde Buenos Aires, de parte de un amigo suyo, residente en aquella capital, que corroboraron lo que ya sabía.
—Entonces regresaremos a América... —dijo Thomas, adivinando lo que William le diría a continuación.
—Esta mañana el general Baird, que hasta ayer se había negado a aceptar las propuestas de mi padre... ¡finalmente las ha autorizado! —le confirmó su amigo, sin disimular su entusiasmo.
Thomas decidió que no sería prudente comentar esta información con su compañía, ya que podía comprometer a William. Él fue el único que no mostró sorpresa cuando, esa misma tarde, recibieron la orden de embarcarse. Dos días después, el 14 de abril, zarpó la expedición del Cabo con rumbo a la América del Sur.
***
Villa de la Concepción, abril de 1806
—Se llama Alexander Wilson —dijo la mulata.
—«Alejandro», ¡qué nombre imponente!
—Y es del reino de Irlanda —continuó.
—¡Oh! Debe ser un lugar exótico y distante.
—Debe ser, doñita. Yo no sé.
—¿Y qué más pudiste averiguar?
—Decile lo que me contaste, Tomasa —intervino Josefa.
La mulata más joven dudó un momento. Iba a romperle el corazón. Pero Josefa tenía razón: debía decírselo. Cuanto antes se enterara, mejor.
—¿Decirme qué? —preguntó Agustina, ansiosa.
—Se casan, mi niña. Don Alejandro se casa con doña Silvestra. El 11 de mayo, falta poco más de un mes.
—¿Estás segura? A lo mejor le entendiste mal a la criada de los Acosta.
—Sí, niña, estoy segura. Esta mañana, cuando fui a lavar las sábanas al río, me la encontré a la Dolores y me lo dijo bien clarito: «la patroncita se me casa de nuevo, con el irlandés».
Cuando llegó el día del siguiente viaje a Concepción, Agustina estaba aún molesta y no quiso ir al pueblo. Era la primera vez, desde que su madre la había autorizado a viajar con los criados, que se perdía una excursión. Era indudable que, faltando tan poco para el casorio, iba a volver a encontrarse con los novios paseando por la villa, o iba a escuchar a alguien comentando el acontecimiento —tan trascendental para la sociedad local—, y ella no deseaba enterarse de nada.
No estaba segura de por qué le molestaba tanto el asunto. No conocía al joven —ni siquiera sabía si le caería bien si lo conociera— y doña Silvestra por su parte, era una mujer muy amable y sufrida. Habiendo enviudado tan joven y a tan solo un año y medio de haberse casado la primera vez, se merecía tener un poco de felicidad.
Con el paso de los días, a Agustina se le pasó el enojo y se arrepintió de haberse perdido la visita al pueblo por un sinsentido. Desde ese momento, ansió que llegara pronto el siguiente viaje. Todo volvía a su curso. O, al menos, eso creía.
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Crónica de una invasión
De TodoPor medio de las vivencias de un soldado inglés, seremos testigos de la invasión al Río de la Plata de 1806 y lo que pasó después. #ZelAwards2019 Obra registrada en Safe Creative