Buenos Aires, 3 de julio de 1806
Beresford tomó conocimiento de que un grupo de prisioneros británicos se hallaba confinado en Las Conchas, e inmediatamente envió por ellos. Al anochecer, cuando llegó la partida de regreso trayendo consigo a los presos liberados, se develó la incógnita de la desaparición de la fragata Leda, aquella que había salido a la delantera de la expedición desde el Cabo pero que, al llegar el resto de la escuadra al Río de la Plata, no pudo ser hallada.
En aquel momento pensaron que se había perdido en el mar pero resultó que habiendo llegado a destino, había sido descubierta cuando desembarcaba una pequeña cuadrilla de reconocimiento en las costas de Montevideo. Un total de seis hombres habían sido capturados apenas tocaron tierra.
Desde la nave, bombardearon a los españoles, pero dicho intento fue en vano. El ataque no solo no surtió efecto sino que además, consiguió enojar al jefe de la plaza local y para cuando enviaron un emisario a negociar la devolución de los prisioneros, éste terminó apresado junto con sus compañeros.
Finalmente la fragata había sido abordada y confiscada para la corona española. Todos los tripulantes fueron conducidos desde Montevideo a Buenos Aires y terminaron alojados en Las Conchas, de donde ahora habían sido liberados.
Aquella noche hubo festejo en la barraca; la tropa celebraba la reaparición de los tripulantes de la Leda. Pero dicho agasajo sería opacado por la gran celebración que se llevó a cabo dos noches después, cuando finalmente arribó el tesoro. Beresford y Popham no lograban disimular la satisfacción que sentían al ver completados sus sueños de conquista y autorizaron la realización de un gran festín, con abundante comida y bebidas.
La tropa en general también estaba feliz con el tesoro incautado porque éste sería repartido equitativamente entre todos los que participaron de la expedición. Thomas ya se imaginaba recibiendo las 25 libras que le correspondían como soldado raso. No era mucho dinero —comparado con las 25.000, que recibiría el general Beresford— pero, para alguien como él, era una cantidad aceptable que le permitiría vivir bien por un tiempo.
El tesoro —engrosado por cuantiosas incautaciones a grandes empresas de Buenos Aires—, partiría hacia el Reino Unido catorce días más tarde a bordo de la fragata HMS Narcissus. La repartija estaba programada para llevarse a cabo cuando estuvieran de regreso en Inglaterra. Pero los acontecimientos que tuvieron lugar poco tiempo después —y que ya habían comenzado a gestarse—, no permitirían que se llevara a cabo como estaba previsto. Muchos, como el private Thomas Caymes, nunca llegarían a reunirse con su parte del botín.
***
Los vecinos de Buenos Aires habían empezado a salir a la calle y, de a poco, habían ido retomando sus actividades diarias. Pese al esmerado esfuerzo de los británicos para aparentar ser un ejército mayor, los locales no tardaron en calcular el verdadero número de las fuerzas invasoras.
Así fue que, empezaron a urdirse planes para reconquistar la ciudad. Los hubo sencillos y complicados, y también disparatados. Hasta que finalmente se decidió seguir aquel que prometía ser el más efectivo: iban a volar el fuerte y el cuartel, con los invasores dentro.
Beresford había ordenado la entrega de toda arma presente en la ciudad, pero muchos ciudadanos, desobedeciendo esta disposición, las habían ocultado. La pólvora de dichas armas sería colocada en numerosos barriles, convirtiéndolos en bombas.
Los conspiradores alquilaron dos casas aledañas a las fortificaciones donde se alojaba el enemigo y sigilosamente, se empezaron a cavar en cada una, sendos túneles que llegarían hasta debajo de los respectivos patios. Una vez que alcanzaran el lugar apropiado, colocarían los barriles con pólvora al final de cada túnel y los harían explotar al mismo tiempo. Tras las explosiones, los sobrevivientes serían ultimados a cuchillo, antes de que pudieran reaccionar.
Para la tarea del ataque, se reclutaba a los vecinos que quisieran formar parte de las milicias urbanas. Esto demandaba tiempo, siendo que debían actuar con disimulo y tener cuidado de no hablar con la persona equivocada, ya que era bien sabido que había espías entre los habitantes —aquellos que se sentían a gusto con el nuevo gobierno—, que podían delatarlos con el enemigo.
Para el 27 de julio ya estaban terminados los túneles y, al fondo de cada uno, ya se habían colocado los barriles de pólvora. Aguardaban la confirmación de cuándo serían las detonaciones, siendo que debían coordinarlas con la llegada desde las afueras de la ciudad, de las guerrillas de asalto, que ingresarían a los acuartelamientos para encargarse de los sobrevivientes.
Aquel día, como cualquier otro, un soldado del 71º realizaba la limpieza de rutina de su Brown Bess, cuando clavó la baqueta en el suelo y ésta se perdió en el interior de la tierra, a través de una grieta que se formó al desmoronarse el suelo ante sus ojos. Fue entonces que se agachó para tratar de recuperar la herramienta al cavar un poco para agrandar la rendija por donde había desaparecido, se quedó pasmado por el descubrimiento: debajo de donde estaba sentado había una gran cantidad de explosivos, lista para volarlos a todos.
De este modo el plan de los españoles fue descubierto y tuvo que abandonarse, habiéndose perdido la oportunidad de sorprender desprevenidos a los británicos.
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Crónica de una invasión
RandomPor medio de las vivencias de un soldado inglés, seremos testigos de la invasión al Río de la Plata de 1806 y lo que pasó después. #ZelAwards2019 Obra registrada en Safe Creative