Capítulo XXI

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Villa de La Carlota, 15 de junio de 1807

El día anterior, Thomas había solicitado al comandante permiso para ir hasta la Villa cercana. Necesitaba reponer algunas provisiones para su oficio que se le habían agotado y no se conseguían en La Carlota. Éste le prometió asignarle un escolta, siempre y cuando consiguiera a alguien más que fuera con él; se había fijado el número de un soldado de guardia por cada dos prisioneros, y si solo era él, no se justificaba hacer el viaje.

Así fue que Thomas se dedicó a indagar entre sus compañeros de presidio, hasta que supo que Joseph Cole, un irlandés del Regimiento 71º, también quería ir a la Villa, aunque éste en realidad no quería comprar nada, sino que esperaba verse con una muchacha, de la que no reveló el nombre, que había conocido en una visita anterior a La Concepción.

Esa mañana temprano, Thomas y Joseph se presentaron ante el comandante y éste les permitió partir hacia la villa cercana escoltados por el guardia asignado, un soldado veterano de nombre Bustos. Mientras cabalgaban, iban conversando en inglés:

—Estoy muy interesado en la entrega de tierras, ¿has oído al respecto? —preguntó Thomas a su compañero.

—Sí, me lo contaron hace poco —le confirmó Joseph.

—¿Y sabes qué trámite hay que hacer? —indagó con curiosidad.

—Bueno, según me dijeron —empezó a explicarle—, lo primero que debes hacer es bautizarte en la religión española...

—Católica —corrigió Thomas.

—Como sea —dijo Joseph, restándole importancia—. Luego debes presentarte en lo que llaman Cabildo, que es como la sede del gobierno local y pides una cita con el Alcalde.

—Entiendo, ¿qué más? —lo apremió Thomas.

—Por último, hablas con él y le dices que quieres quedarte a vivir aquí. Y eso es todo —concluyó.

—¿Y eso es todo? —repitió incrédulo Thomas, que esperaba que hubiera que hacer muchos trámites.

—Bueno, te lo he explicado de manera resumida. En realidad cada paso te va a llevar un tiempo.

—¿Como cuánto?

—No sé, un par de meses cada uno, quizá.

Thomas se quedó impactado. No sabía cuánto tiempo más estarían recluidos en La Carlota. No había tiempo que perder, pensó. Debía iniciar el trámite lo más pronto posible, si de verdad deseaba quedarse.

Su compañero, que lo observaba de reojo, podía leer la preocupación en su rostro.

—Tranquilo —le dijo—, hoy mismo podemos ir a hablar con el pastor local.

Thomas lo miró sorprendido

—¿También quieres quedarte?

—Sí, aunque no precisamente en este lugar —le confesó Cole—, creo que me gustaría vivir en una ciudad más grande, como la que estuvimos antes de venir aquí: Córdoba.

Bustos cabalgaba detrás y los observaba. Aunque no entendía una sola palabra de la conversación, confiaba en el par de muchachos, ya que siempre habían mostrado un comportamiento y educación ejemplares.

Cole parecía el mayor, colorado y fornido, mientras que Caymes daba la impresión de ser más joven, de cabello renegrido, pálido y flacucho. Sin embargo calculaba que ambos tenían la misma edad: unos 19 años. Los dos eran muy trabajadores y disciplinados, a diferencia de muchos jóvenes locales, que se dedicaban a la vagancia y que, cada vez que había leva, se disparaban para el monte para que no se los llevaran, evadiendo así sus responsabilidades.

Mientras continuaban viaje, Bustos reflexionaba sobre cuánta falta hacía que hubiera más jóvenes como ellos por esos lares.

Crónica de una invasión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora