Costa este de Brasil, 3 noviembre de 1805
Tras dos largos meses de viaje, divisaron por fin la costa brasileña. Todos a bordo estaban deseosos de pisar tierra firme, por lo que, aunque faltaban días para el desembarco, los jóvenes soldados del 20°, no podían conciliar el sueño.
—¿Cuánta faltará para llegar? —se escuchó la pregunta, en medio de la total oscuridad.
—Duérmete, que es tarde.
—Hoy divisaron tierra...
—Pero eso no quiere decir que llegaremos mañana. Aún estamos lejos.
—Seguro serán solo unos días.
—No estés tan seguro. Escuché al piloto decir que son aguas peligrosas.
—¿Qué tan peligrosas?
—Ya duérmanse.
—No lo sé. Pero demoraremos en llegar, se deben navegar con cautela.
—Creo que valdrá la pena la espera. He oído que es como el jardín del Edén.
—Mientras que no te lleven los salvajes...
—¿Qué salvajes?
—Deja de molestarlo, que no podrá dormir.
—Además, la comida es extraña. Comen insectos y alimañas.
—¡No es cierto!
—¡Que sí!
—¡Que ya dejen dormir!
—Las damas portuguesas son muy bellas.
—¿Y eso qué tiene que ver con las alimañas?
—Te meterás en problemas si te escucha el general Yorke.
—No está aquí, ¿verdad que no?
—No creo que nos alejemos del barco. Y las damas no visitan el puerto.
—Yo tengo hambre. ¿Ya amanecerá?
—Vamos que, si no se duermen, ¡los tiro por la borda!
—Yo lo único que quiero es bajarme de este barco...
Siendo las cuatro de la mañana, el transporte King George chocó con unos escollos a la altura del Atolón de las Rocas, frente a la costa de Natal, Brasil. La gran sacudida que provocó el impacto y el estruendo del casco rompiéndose, los arrancó de sus literas. Hubo caos al principio, pero enseguida se escucharon las órdenes del general Yorke, quien los dirigió en la oscuridad, para que se evacuaran en las lanchas.
El transporte se hundió allí mismo y en muy poco tiempo. El general Yorke, después de poner a toda la tripulación a salvo, trató de recuperar unas valiosas pertenencias de la bodega del barco, antes de que terminara de hundirse. Una ola le hizo perder pie y cayó al agua infestada de tiburones, perdiéndose de vista, y ya no volvió a emerger. Uno de los soldados de su compañía se arrojó para tratar de salvar a su general y éste tampoco regresó a la superficie.
Desde las lanchas y en la penumbra de la madrugada, la tropa observó impotente el hundimiento de la nave lamentando, en respetuoso silencio, la pérdida de dos buenos hombres. Por fortuna, todos los sobrevivientes pudieron abordar las embarcaciones cercanas.
Estando ya a salvo, supieron que el Britannia había sufrido la misma suerte que el King George, excepto que el indiano no se había hundido inmediatamente como el transporte, sino que se había mantenido a flote por unas dos horas, permitiendo a la tropa abandonar la nave herida. Todos sus tripulantes hicieron el trasbordo a una embarcación cercana y, de esta manera, no habían sufrido ninguna baja.
Los sobrevivientes del 20º quedaron muy desanimados, en especial por la muerte del general Yorke, quien era muy querido y respetado por todos. Sin embargo, para el 6 de noviembre, tuvieron que sobreponerse a la tristeza que los embargaba, ya que la escuadra fue azotada por un fuerte temporal que requirió de la mayor diligencia y un arduo trabajo de toda la tripulación, para no sufrir pérdidas mayores.
Superada la tempestad, la flota debió reagruparse debido a que los fuertes vientos y las inmensas olas, provocaron que se dispersara.
El 10 de noviembre finalmente desembarcaron en Bahía, Brasil.
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Crónica de una invasión
OverigPor medio de las vivencias de un soldado inglés, seremos testigos de la invasión al Río de la Plata de 1806 y lo que pasó después. #ZelAwards2019 Obra registrada en Safe Creative