• CAPÍTULO XI •

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MARATÓN 2/2

Capítulo dedicado a:

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"El amor, aunque se dice que está afligido por la ceguera, es un vigilante sereno."

— Charles Dickens, Nuestro amigo común

     Louis estaba decepcionado al encontrar a Harry elusivo después de su noche en el bosque. El duque había dicho que había caído enfermo, aunque Louis solo lo había escuchado estornudar una vez. Pasó todo el día en la biblioteca con Ser Clarence, negándose a cazar faisanes y unirse a los hombres en el cuarto de estar esa noche para escuchar música y jugar cartas.

     Eso puso a Louis de mal carácter. Y cuando Louis estaba de mal carácter, bebía. Y bebía. Y bebía.

     Despertó a la mañana siguiente con una botella de brandy en sus brazos y la bota de Roy en su rostro. Se habían quedado dormidos en el diván del salón de juegos. Se acordó de su tiempo en Eton cuando los perfectos los encerraron en el dormitorio por faltar al toque de queda y se desmayaron en el patio bajo la estatua de la escuela de Enrique IV.

     William se acurrucó en el suelo junto a él. Tan dedicado como era, el lacayo se negó a dejar el lado de su amo hasta que su estado de ánimo mejoró.

     En la otra habitación se oyó un ruido que le produjo un terrible dolor de cabeza.

          —¡Suficiente con ese ruido infernal!

     Eran Frederick y Lady Calder jugando al billar.

          —Buenos días, su gracia. —Eleanor se giró con un traje de color gris y se agitó su pelo.

         —¡Buenos días! ¡Mujer, sabes que no me levanto ni un minuto antes del mediodía!

     Frederick sostuvo su palo sobre sus hombros.

          —Pensamos que te apetecería un juego.

          —¿Qué si se me apetece tomar el té con el duque de Somerset? ¿Dónde está él?

     El vizconde se inclinó sobre la mesa, alineándose para hacer su tiro.

          —¿Dónde crees que está? Fue a la iglesia con tu horroroso primo.

          —¿Un miércoles? ¿Para qué?

          —Es jueves. Y sabes cómo son los católicos. Probablemente se esté flagelando ante la cruz.

     Louis gimió y se tambaleó sobre sus pies, su mente turbia como un pantano a causa del brandy. William fue rápido al atraparlo. Puso un brazo alrededor del hombro del lacayo para estabilizarse.

          —Nadie romantiza la miseria humana como los católicos —Frederick opinó pomposamente con su huesudo dedo blanco en el aire—. Ellos son espectacularmente mórbidos.

     Eleanor metió un mechón de pelo suelto en su moño y hundió la bola roja por tres puntos.

          —¡Qué demonios! —Frederick maldijo.

Victorian Boy » larry stylinson | Traducción OficialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora