Capitulo 8

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Cap. 8 (Nuevas etapas)

Vanessa estaba hermosa, a los siete días de nacida se le podían ver rasgos idénticos a los de su padre, tenía los ojos verdes y no tenía cabello. Su nariz era idéntica a la de Carlos y su boquita también. Amaba a mi hija, no podía creer que podía llegar a amarla tanto. Mi padre y mi madre estaban enamorados de ella. Era pequeña, se le veía tan indefensa, necesitaba alguien que la protegiera y ahí estaba yo, cuidaría de ella siempre. Algunas veces le contaba la historia de cómo su padre y yo nos conocimos. A veces me preguntaba si iba a ser una buena madre o como seria criarla sin un padre.

Decidí llevarla a la cafetería de Rosita, para que esta la viera y para agradecerle por su ayuda, a ella y a su hijo.

Llegue a la cafetería y baje a la pequeña Vanessa conmigo. Al entrar vi al hijo de doña Rosita, Eduardo, atendiendo a algunos clientes.

-Esta es tu niña?-pregunto con una gran sonrisa.

-Si, vine a que la pudieran ver y agradecerte por haberme llevado al hospital.

-Es muy hermosa y no hay de que.

-¡Elisa!-grito Rosita desde el almacén de la cafetería.

-¡Rosita!-le saludé

-¿Esta es la niña?-pregunto con cara de sorprendida.

-Si, esta es Vanessa-conteste

-¡Wow, que hermosa es! Se parece mucho a Carlos ¿no?

-Si-conteste con una sonrisa-Doña Rosita, vine a agradecerle todo lo que hizo por mí, a usted y a su hijo, gracias.

-No tienes que agradecer mi niña, sabes que lo hicimos con mucho amor-dijo con una gran sonrisa.

-Eduardo, sírvele el helado que tanto le gusta a Elisa-volvió a decir-¿Puedo cargarla?-pregunto.

-Claro que si-conteste

-Voy a llevársela a Daniel, mi esposo, para que la vea-dijo con una gran sonrisa.

Mientras Doña Rosita tenía a Vanessa, Eduardo trajo mi helado.

-No creo que la niña se parezca al padre-dijo Eduardo mientras traía mi helado.

-¿Porque dices eso?-pregunte algo confundida.

-Porque la niña es igual de hermosa que su madre.

No pude evitar sonrojarme.

-Gracias-dije con una sonrisa.

-De nada.

Eduardo era alguien con quien te reías fácilmente. Te podías perder fácilmente en sus ojos azules y en su sonrisa perfecta. Mientras hablaba con Eduardo, Doña Rosita trajo a mi niña y la recostó en su coche. Hablamos un buen rato, teníamos mucho en común y eso me parecía fascinante.

-¿Y, hace cuanto murió Carlos?-al Eduardo preguntar esto caí de golpe a la realidad.

-Hace ocho meses-conteste intentando contener mis lágrimas.

-Es obvio lo mucho que lo extrañas.

-Bueno me tengo que ir, mis padres están desesperados por que lleve la niña a casa-dije intentando evadir el tema, mientras me despedía de Eduardo y Rosita.

-Vuelve cuando quieras-dijo Eduardo con una gran sonrisa.

Me subí a mi auto y amaré mi pequeña a su asiento especial. En todo el camino pensé en Carlos, mi niña era una copia de él. Alguna vez Carlos me había mostrado una foto de el cuando era pequeño y Vanessa era exactamente como el, ojos verdes y no tenía cabello.

Llegue a casa de mis padre y estos estaban desesperados por ver a la niña, como si no la hubiesen visto hace días. Salieron de la casa desesperados, la sacaron de su asiento y la llevaron al interior de la casa.

Estábamos comiendo en el comedor.

-Voy a mudarme a mi casa.

-¿Qué? ¡No! La niña solo tiene siete días de nacida y ¿ya te la quieres llevar a vivir a tu casa? ¿las dos solas?-dijo mi madre algo desesperada.

-Mamá, yo no puedo seguir viviendo con ustedes, yo tengo mi propia casa, no tengo porque seguir viviendo aquí. Te recuerdo que regrese solo para cuidar de ti, pero ahora estas mejor así que me iré.

-Es cierto Marisa, la niña quiere tener su espacio-dijo mi padre intentando que mi madre comprendiera.

-No, las quiero a las dos conmigo-volvió a decir mi madre.

-Mamá, mi casa queda cerca de la de ustedes, no me voy a ir tan lejos, además ya está decidido.

Hubo un rato de silencio hasta que mi madre lo interrumpió.

-Elisa, vas a estar mejor aquí con nosotros.

-Ya me canse de la misma conversación, ya dije que me voy.

Me levante de la mesa y me fui a la habitación a ver si Vanessa aún seguía durmiendo

Luego de unos minutos, mi madre entro a la habitación.

-Elisa.

-¿Si?-pregunte.

-¿Te vas por lo que hice verdad?

-Me voy porque ya estas mejor y no me necesitas mamá

-¿Aun no me has perdonado?

-Si, ya lo hice, pero no me lo recuerdes que me duele ver a mi padre y pensar en lo que hiciste.

-Gracias por perdonarme.

Salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.

En realidad no sabía si había perdonado a mi madre. Cada vez que veía a mi padre me recordaba de su traición.

Fui al colmado a comprar unos encargos de mi padre, Vanessa se quedó en casa con este. Iba caminando por el pasillo de los lácteos, cuando de pronto tropiezo con alguien, este hizo que unas cajas de cereal que tenía en mis manos cayeran a la suelo. Alce la vista para ver quien había sido el idiota con el que había tropezado y era Eduardo.

-¿Estas bien?, déjame ayudarte -dijo mientras recogía las cajas de cereal del suelo.

-Si, no te preocupes-conteste algo disgustada

-En serio lo lamento es que iba algo distraído.

-Está bien.

-Déjame recompensarte por esto.

-¿Que dices?- pregunté algo sorprendida

-Si, déjame recompensarte por esto, ¿qué tal si vamos a tomar un helado?-pregunto algo nervioso.

-¿No será que tropezaste conmigo a propósito solo para invitarme a comer un helado?-pregunte algo seria.

-Puede ser-Dijo mientras sonreía

No pude evitar sonreír y acepte su invitación.

Un giro inesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora