13. Terracotta red

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Estuvieron un mes entero en Venecia y luego se movieron a Milán. Todos esos lugares eran tan bonitos que Yuri en verdad se sentía como en vacaciones y no siendo custodiado.
Milán era el lugar que más había querido ir porque deseaba pudrirse entre tantas cosas que comprara aunque fueran una tontería, Milán había sido su sueño desde siempre.

El hotel tenía una vista increíble de la ciudad -en el mirador del techo porque ellos se quedaban en el primer piso-, y casi salió corriendo en cuanto sus acompañantes le dijeron que podían ir a conocer.
Estaba tan fascinado que no se quejó ni protestó en ningún momento. Las cosas iban bien, tal vez demasiado bien.

Ya no era extraño para ninguno que Yuri tomara la mano de Otabek para salir corriendo a algún lado. Tampoco que buscará a Saoirse para dormir con ella porque no podía hacerlo con Otabek. Conforme el tiempo avanzaba se sentía más cómodo y seguro, eso era bueno, o tal vez no pero a esas alturas poco le importaba.

Despertó cuando su alarma sonó, se levanto de buenas y corrió al baño para asearse; quería verse bien ese día por alguna razón.
Cantó mientras se duchaba y al salir recibió una alerta en el celular. Frunció el ceño y de inmediato lo desbloqueo para revisarla, su pecho se encogió y miró a todos lados como si encontrara lo que le hacía falta en ese momento.

Salió del baño con prisa y se vistió lo mejor que pudo en un par de minutos, con la vista nublada y las manos temblando; debía llegar a su maleta. Una mano cubrió su boca, amortiguando el grito que casi soltó del susto, un brazo rodeó su cintura y sintió un cuerpo mucho más grande detrás de él, no conocía el aroma y su corazón brincaba como loco alertándole del peligro inminente.

—Te he estado buscando.

Se tensó al reconocer la voz en su oído y negó forcejeando, quería gritarle a Otabek o a Saoirse.

—No te preocupes por ellos, los tengo ocupados para que no te extrañen.

—Suéltame, Dimitri —exigió, pero aunque quiso sonar autoritario, su voz salió como un jadeo.

—Oh Yuri, debemos irnos ahora.

—No —se zafó de su agarre y trató de correr a la puerta, maldiciendo su estúpida condición—. ¡Ota...!

—Shh, no deben interrumpirnos —había vuelto a cubrir su boca y ahora le jalaba hacia el balcón—. Vamos a ir a casa, y tal vez los invite a la boda, ¿te parece?

Negó, tratando de zafarse de nuevo, pero Dimitri le sostenía con la sudadera enorme que se le ocurrió usar para distraer su olor. Maldijo entonces al hotel por darles una habitación en el primer piso y negó, tratando de llamar la atención de alguien, pero nadie parecía notar que algo no estaba bien.

Le hicieron subir a un auto y quiso bajar del otro lado pero Dimitri le jalo hacia él para retenerlo entre sus brazos.

—No, cariño, eres mío —le dijo al oído, inmovilizándolo entre sus brazos—. Siempre lo serás.

Los ojos llorosos de Yuri vieron por la ventana y suplico -a quien fuera que estuviera arriba- poder escapar de él.

Los ojos llorosos de Yuri vieron por la ventana y suplico -a quien fuera que estuviera arriba- poder escapar de él

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