John Swift

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La playa siempre ha sido nuestra locación favorita para estar en vacaciones. Ella y yo amamos el océano y todo lo que respecta a este. Siempre hemos deseado, como plan a futuro, comprarnos un bote, aunque sea el más pequeño, para irnos los dos juntos cada vez que nos dieran ganas a la isla que esté más cerca, Pero de aquí a que eso ocurra, años.

Desde que tenemos uso de razón, nuestras familias se ponen de acuerdo cada verano para meter sus trajes de baño y prendas veraniegas en maletas y largarnos de la ciudad para permanecer en el archipiélago de Florida, específicamente en Los Cayos.

Pero, este año es diferente a los demás. Por primera vez, a ella y a mí nos dejaron invitar a una persona por cada uno. Yo no escogí a nadie, quería pasar el resto de mi verano con ella, no estar pendiente de otras personas. Sin embargo, ella no lo pensó así y trajo consigo a su patético e imbécil novio.

Quien hace unos minutos atrás, la abofeteó con una fuerza desmesurada porque ella, además de no servirle como correspondía su mojito, derramó encima de él parte del líquido. Todos nuestros familiares estaban metidos en el mar con el agua hasta el cuello y de seguro no vieron la escena, pero yo sí porque decidí quedarme leyendo en una hamaca.

La seguí por detrás Verle el lado de la cara de un color rojizo me pone el rostro de un color similar y tan solo por la rabia pura que me causa el idiota. La detuve en la cocina y nos quedamos inmóviles, mirándonos a los ojos durante lacónicos segundos. Mi impulsividad actúa por sí sola, ya no parece estar para más rodeos:

—Yo podría tratarte mejor y lo sabes —digo, aferrándome al bordillo del mesón para no colapsar—. Lo sabes y muy bien, maldita sea.

Estoy frustrado conmigo mismo. No con ella. Pero por sobre todo, estoy triste porque sé que aunque le confiese lo que siento no hará ningún cambio: ella no siente algo por mí. No de la misma forma que yo me siento hacia ella.

—Tranquilízate, John. ¿De qué estás hablando? —contesta ella. Está tan pacifica que su serenidad no me trasmite nada más que enfado.

Alzo la mirada, encontrándome con la suya. ¿Quién diría que terminaría enamorada de la chica de ojos miel? Me gustaría rebobinar el tiempo y así, no tener las emociones que acarreo cada vez que la veo, no sentir el corazón latir desbocado en el pecho o los nervios a flor de piel cuando me sonríe y esos hoyuelos que tanto me encantan se marcan a los lados de su boca.

—¿Y ese imbécil sí lo ha hecho? —le pregunto con las cejas enarcadas, apartándome del mesón y rodeando este a paso ligero, recordándole la situación pasada. A ella se le distorsiona el rostro y la mueca es visible—. Ah, me lo esperaba. Y para que sepas, así son las cosas, pero la única que no quiere verlas eres tú.

—Está bien, no lo ha hecho —admite mientras se sienta en el taburete y pasa sus manos por la cara, frustrada—. Pero tú tampoco has hecho algo para demostrar que me tratas mejor.

De pronto, me siento un tanto ofendido, pero me quedo callado en cuanto añade:

—En la escuela siempre me ignoras. Pasas junto a mis en el pasillo y ni siquiera me dedicas una sola mirada. No me sonríes, pasas de largo por mi lado, no buscas el querer hablar conmigo. Y en las tardes, cuando se supone que claramente podríamos irnos juntos a casa, tú ya estás encaramado en tu bicicleta.

—Primero, todos los días estás con tus amigas, quienes me odian, y también con tu novio, el celópata agresivo. No puedo ni mirarte y tus amigas empiezan a cuchichear de mí, no puedo ni sonreírte o tu novio ya estaría ahorcando mi cuello —explico—. Imagínate qué pasaría si me voy contigo por las tardes y tu noviecito nos ve. Mejor prevenir que lamentar —agrego con una mueca de desagrado—. Por eso, cuando ambos estamos en nuestras casas, mi comportamiento y actitud hacia ti es diferente. ¿Acaso nunca lo has notado?

Su expresión me da a entender que no.

—Exacto.

—John...

La miro con atención, porque estoy de seguro que después de esto, pasáremos de hablar todas las noches sentados en el porche de su casa a simplemente saludarnos cuando nos topemos por casualidad fuera de nuestras casas.

—Te amo —confieso, con el rostro de todos los colores rojos existentes, pero no por rabia. Ella no lo sabe, pero soy un manojo de nervios y por dentro estoy desesperado... ¿qué hago?

Ella despliega los labios en una línea fina y sé que está pensando.

—No lo hagas, por favor, no de esa manera, John —exclama, levantándose en un santiamén—... tampoco me obligues a amarte, te conozco, eres un necio y sé que eres capaz de eso.

—Es cierto que soy necio, pero también es cierto que no puedo forzarte a que me ames —coincido—. Y no te forzaré. Sin embargo, puedo enamorarte —digo, convencido yo mismo, a medias—. Sólo debes permitírmelo. Tú sabes que yo no haría algo que no deseas que haga.

Se da la vuelta, dándome la espalda. Ahora es ella la que está tensa. Me pregunto qué estará pensando, ¿ha de estar considerando mi propuesta? Me niego a creerlo: es demasiado necia.

—¿Qué dices? —insisto, intentando no sonar quejoso.

—Has dicho que tú no harías lo que yo no deseo que hagas —repite. Asiento dándole la razón.

—Así es, ¿qué hay con eso?

Ella ladea la cabeza, permitiéndomelo apreciar su rostro de perfil. Esboza una sonrisa triste y presiento lo que está a punto de decir. La sonrisa se esfuma de su rostro, y con los brazos cruzados sobre el pecho,?musita:

—Entonces, por favor, no me hagas esto —sus ojos brillan, como con ganas de llorar. Pero las lágrimas no caen. En cambio, las mías amenazan por querer salir—. Te lo pido, John.

El que diga mi nombre de esa manera, con una mueca y ojos apenados, me lastima el corazón.

Reflexiono ante lo que haré a continuación: sé que estaría violentando su espacio personal, pero después de esto, no habrá una próxima vez para un nosotros. Respetaré sus deseos
Y si ella desea que deje de insistir, por más que me arda el alma en dolor, cumpliré con sus anhelos.

Me acerco con lentitud hacia ella y cuando ella se gira por completo para dedicarme su mirada lagrimosa. Soy capaz de sentir las emociones de ellas y me golpean una tras otras como un oleaje de un mar escandaloso, movido por frustración y pena. Sin embargo, con gusto permanezco allí, flotando en el agua colmada con emociones, intentando llegar a nuestro bote varado en medio del desolado océano.

—Te amo. Por favor, no lo olvides.

Mis manos agarradas del borde del bote sostienen mi cuerpo de soltarme, tal y como mis brazos envuelven el cuerpo y espalda de ella. Al principio, ella no quiere ceder un puesto en el diminuto y casi compacto bote, pero ignora ese detalle y sin temor a desestabilizar la limitada embarcación, extiende uno de sus brazos en mi dirección, tal y como sus manos se deslizan por mis costados con la intención de aferrase a mi espalda.

Ya no hay punto de retorno. Nos encontramos en una isla cercana, nuestra isla, y yacemos en la arena húmeda de las orillas. Ella y yo somos algo que jamás ocurrió y jamás pasará. Ella y yo no seremos más los de antes, porque eso se acabó. He querido dar cuenta a mis errores cometidos por la ceguera que me provocaban mis sentimientos y emociones, que al fin y al cabo, sólo me jugaron una mala pasada. Estoy listo, preparado para plantearme y creerme el cuento de que ella y yo... no somos el uno para el otro.

éste one shoot va dedicado a TwentyOnePicos , espero que te haya gustado
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One Shots {2}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora