Capítulo 1 - Primera parte

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ESCRIBE VÍCTOR


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El verano avanzaba firmemente hacia su clímax en una calurosa mañana en la que, a primera hora, Joel cargaba con su mochila en dirección al centro hospitalario al que el destino había tenido a bien, quizá a mal, derivarle.

Había sido su propia mano la que tecleó el teléfono de la psiquiatra que habría de acelerar de tal modo el proceso de ingreso que, en un instante se encontraba bajo el continuo efecto del cannabis y el constante riego del alcohol, y prácticamente al siguiente ya se encaminaba a ese lugar donde nada estaba permitido salvo la falsa camaradería que pronto habría de conocer.

Mientras tomaba, puesto que iba bien de tiempo, un zumo de naranja recién exprimido en las cercanías del hospital, su mente pensó en unas líneas que plasmar en la libreta que siempre le acompañaba.

Esa libreta que en el pasado le había brindado los mayores tiempos de gloria, los mayores éxitos, entre los que se encontraba el abandono de todo tóxico por más de medio año.

Con resolución la extrajo de la mochila y solicitó un bolígrafo.


EXTRACTO DE LA LIBRETA

El enfermo mental salpicado por la psicosis obtiene a cambio un agridulce sentimiento.

Durante un gran lapso de tiempo en su vida se sentirá encadenado. Encadenado a una medicación excesiva, impuesta y de desagradables efectos secundarios.

Por contra, brevemente, los grilletes que dejan las muñecas ensangrentadas se romperán. Las alas nacerán de nuevo y la gran escalada tendrá lugar.

La psicosis es algo que nace de modo subliminal, e incluso permanece invisible a ojos de quien la padece hasta que de nuevo las cadenas, esta vez reales, le atan al infierno del retorno no deseado.

Porque... ¿Quién quisiera perder la esencia del amor utópico?
Ese amor que un ser humano puede despertarnos, ese amor que puede extrapolarse a una batalla de Dioses en la cual un puro deseo de paz universal reine en nuestro corazón.

Ese es el agridulce sentimiento que acarrea a sus espaldas el enfermo mental.

Y en el medio, la vida.

La vida usualmente conocida como normalidad.



Joel salió del estupor al darse cuenta de que apretaba sus mandíbulas con fuerza.

Pagó la cuenta y emprendió algo más rabioso de lo que ya estaba el camino a lo que se iba a convertir en parte en su hogar los próximos meses.

Al torcer una calle, una bajada, escoltada por altos edificios a lado y lado que le daban aspecto de túnel ensombrecido.

Escaleras.

Se sabía el camino de memoria porque en el pasado ya había estado allí. Otra versión de él, más simpática, más alegre, más acelerada, pero qué demonios, él al fin y al cabo.

Picó al timbre de la puerta blindada y aguardó.

Cuando le abrieron, quedó estupefacto.

El tintineo de las copas y el agradable y suave sonido de un jazz inundaban el ambiente.

Frente a él, una barra de madera en la que se sentaban dos mujeres que miraban sus copas conversando tímidamente.

Fue el camarero quien le invitó a entrar.

– Adelante. – Con una seña de su mano derecha, empujó a Joel a cerrar la puerta blindada y entrar en su taberna.

Solo que había salas y despachos, y la distribución no le era familiar.

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