Capítulo 1 - Segunda parte

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ESCRIBE VANESSA


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A Paula le sonó la alarma del despertador a las 7:00, la hora programada desde hacía un mes por primera vez en años. Salió con pereza de la cama y después de darse una ducha y ponerse una camisa y su falda favorita, desayunó café y tostadas. Seguidamente, cogió el móvil y el bolso y se dirigió a la parada de bus. Esperó el 54, el que la llevaba al centro hospitalario.

Durante el trayecto, pensó en la pesadilla que había tenido la noche anterior. Era de noche y se encontraba en un bosque. Aquel lugar le resultaba totalmente desconocido a la vez que horriblemente terrorífico. De pronto, empezaba a correr mientras decenas de ramas con espinas formaban un círculo a su alrededor que se estrechaba, clavándose en la piel. Ella gritaba y lloraba desconsolada pidiendo socorro, suplicaba que alguien la liberase de su prisión, pero por más que lo hacía, nadie acudía en su búsqueda.

Al llegar a la ciudad y bajar en la rambla, todavía con el recuerdo de su pesadilla en la memoria, se acordó de la incomodidad que había sentido al principio de su ingreso de camino al hospital. La angustia que había sufrido durante gran parte de su vida cada vez que salía de casa a dar una simple vuelta y sentirse continuamente observada por los demás, y se dibujó una leve sonrisa en su cara al darse cuenta de que el paso del tiempo, había dejado abierta una puerta a la tranquilidad.

Dobló la esquina y bajó por la calle que la condujo a la entrada del lugar que se había convertido ya en su segundo hogar, y se preguntó cómo transcurriría aquel nuevo día. A lo lejos, alcanzó a ver a alguien que llamaba a la puerta de entrada. Era un chico que no había visto aún por allí.

– ¡Anda, éste es nuevo! – exclamó en voz baja.

El chico, que llevaba una mochila cargada a la espalda, esperó a que le abrieran la puerta y entró. Paula, bajó unas escaleras, esperó unos segundos y repitió el mismo proceso que acababa de hacer su nuevo compañero.

– Adelante. – le indicó con la mano derecha el camarero, pidiéndole que cerrara la puerta al entrar.

Dulce música de jazz inundaba una antigua taberna acompañando a ese chico que acababa de ver llegar y a dos mujeres que conversaban entre ellas. Paula no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. ¿Es que aún seguía durmiendo y ésta era una más de sus pesadillas? ¿Pero cómo podía haber cambiado tanto el lugar que ella había estado frecuentando durante aquel último mes?

Todavía sin poder alcanzar a entender nada de lo que estaba ocurriendo, se acercó al chico y se atrevió a presentarse, algo que para ella no era nada habitual:

- Me llamo Paula.

- Soy Joel. – le respondió él mirándola a los ojos.

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