Cuatro jóvenes... un hospital... Y una psiquiatra enferma.
Éstos son los ingredientes que devoran (o por los que son devorados) los autores Víctor, Vanessa, Laura y Aida para dar vida, respectivamente, a Joel, Paula, Irene y Aida.
Los caminos tortuo...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mientras Joel estaba sumido en sus pensamientos, Paula había decidido ponerse la primera de aquella marcha que hacían todos los lunes.
Andaba deprisa por un camino de tierra y hierba que le recordaba a cuando era pequeña y los domingos iba a comer a casa de su abuela. Entonces, era una niña que jugaba con muñecas imaginando que de mayor sería como ellas, y cuya mayor preocupación, era tener que irse a dormir temprano porque al día siguiente había que madrugar para ir al colegio. ¡Cómo había cambiado todo!, se lamentaba. ¡Cómo le gustaría volver a esos años!
Ahora, se encontraba ingresada en un centro hospitalario. En él, llevaba más de un mes y aunque había habido una evolución a mejor, aún había momentos en los que se encontraba incómoda al hablar con los demás, momentos en los que el malestar era tan grande que prefería estar sola en un rincón o irse a casa, momentos de reflexión como aquel.
Hoy estás más callada – le dijo una de las terapeutas poniéndose a su lado.
Ya... - le respondió sin apetecerle entrar en más detalles.
No era un buen día para ella. Aparte de los problemas con su fobia social, se acordaba de los compañeros a los que ya habían dado el alta. Aunque quería seguir acercándose y conociendo al resto, aún con sus dificultades, echaba de menos sus abrazos y consejos, sus conversaciones y sonrisas, su presencia y compañía. Esperaba que les fuera bien, igual que confiaba en que las cosas corriesen la misma suerte para ella al salir de allí.
Paula se cansó de seguir la primera, y entonces buscó a Joel con la mirada, el chico que había entrado hacía tan solo una semana y al que se había unido en tan poco tiempo como aún no lo había hecho con nadie. Esperó a que él llegara y le preguntó poniéndose a su lado:
- ¿Cómo sigues?
- Sigo aquí, sin remedio – le dijo él con pesar.
Ella le miró entendiéndole hasta donde su mente podía alcanzar. No le respondió, se limitó a seguir la marcha que continuó durante un rato más.