Prólogo

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Entonces el Señor dijo:

—¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me grita desde la tierra. Por eso te maldice esa tierra, que ha abierto su boca para beber de tu hermano que acabas de derramar.

—Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Tú me hechas de este suelo, y tengo que ocultarme de tu vista; seré vagabundo y fugitivo en la tierra, y el que me encuentre me matará.

Y el Señor puso una marca a Caín. Génesis 4,15

Connecticut, Estados Unidos, enero de 1885

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Connecticut, Estados Unidos, enero de 1885

Mientras oscurecía, la lluvia caía como una cortina de agua sobre la casa de los Miller, Jane estaba junto a la ventana de su habitación mirando cómo el jardín se inundaba en grandes charcos de agua. Cuando era niña el sonido de la lluvia la llevaba a una zona de paz y tranquilidad, normalmente en su adultez había tenido la misma sensación por años. Pero no esta noche ni tampoco la anterior, no cuando su esposo había salido del trabajo a las cinco y ahora ya eran las once treinta de la noche.

Salió de su cuarto y caminó por los pasillos con la bata de dormir. Jane se detuvo para mirar en la habitación de su hijo Adam que estaba durmiendo en su cuarto. Pensó en despertarlo para hablarle de su preocupación, pero no lo hizo. Ya estaba muy intranquila por tener que involucrarlo siempre en sus problemas con David, su esposo.

Cuando bajó las escaleras hasta el salón principal, un hermoso piano de cola deslumbró en la obscuridad y ella se sentó en frente para tocar. Unas melodías sonaron una vez que sus dedos pasaron por los primeros teclados. Jane había sido una exitosa pianista desde su adolescencia, volviéndose bastante conocida cuando hizo su presentación en público por primera vez a los dieciséis. A medida que iba creciendo fue haciendo conciertos, tocando en bandas, teatros y fiestas exclusivas volviéndose muy conocida. La llamaban Lady Melody. Sus dedos eran mágicos cuando tocaba aquellas teclas y todos querían verla hacer su magia. Realizó un último concierto espectacular antes de retirarse, en ese entonces ya se había casado con David y esperaba a su primer hijo. Lo más adecuado era dejar la música para ocuparse de su familia. O eso es lo que le dijo su esposo. Siguió apareciendo en los periódicos incluso cuando Adam nació, pero muy poco después su magia quedó en el olvido. La música era lo único que la llevaba en aquella zona segura de paz y tranquilidad, especialmente en noches como estas. David había acostumbrado pasar largas veladas en bares luego del trabajo. En varias ocasiones tuvo que llamar a la policía para que lo buscaran, y siempre lo encontraban en algún rincón ahogado en alcohol.

Jane se detuvo súbditamente al escuchar un ruido afuera de la tormenta. Asomó la cabeza en la ventana más cercana que daba a la entrada, pero afuera no había nada. Esa noche no había niebla, pero la oscuridad y la lluvia torrencial engañaban bastante.

Cuando se alejó de la ventana se escuchó algo caerse contra el suelo, ocasionando ruido de vidrios rotos en mil pedazos. Jane se sobresaltó y esta vez estaba segura de haber identificado una sombra hacia la entrada. Con el temor golpeando en su respiración, regresó lentamente a la sala principal. A simple vista no parecía haber nadie, pero en cuanto la puerta se abrió de un tirón pudo ver el desastre. Lo que a primera vista parecía un intruso, al tambalearse hacia la luz de la noche fue tomando forma a un hombre familiar. David traía la camisa del trabajo arrugada, mojada y fuera de lugar; la corbata solo pendía de su cuello con el nudo deshecho y los zapatos con manchas de barro. Su cabello estaba alborotado, y al parecer había dejado caer al suelo una botella de licor.

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