El Código, La Alianza y un mundo nuevo

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Cuando me desperté en la mañana siguiente, percibí el olor a café y tostadas

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Cuando me desperté en la mañana siguiente, percibí el olor a café y tostadas. Olfateé con más fuerza: huevos revueltos, tocino y waffles. Me bajé de las escaleras frotándome los ojos y olor en el aire se intensificó a medida que me iba acercando a la cocina.

Encontré a Adam sirviendo el desayuno en la mesada de la cocina. Todas las ventanas estaban cerradas al igual que las persianas.

No traía puesta su camiseta.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, mirando por todos lados—. Mi familia puede verte en cualquier momento.

—No lo harán. Nora ha dejado un mensaje para ti en la contestadora.

—¿Y lo escuchaste?

Fui hasta la sala donde presioné un botón en el teléfono inalámbrico de la casa.

Fui hasta la sala donde presioné un botón en el teléfono inalámbrico de la casa.

—«Hola, ángel. Solo quiero comunicarte que he tenido que salir temprano hoy porque tenía una reunión importante en el trabajo. Me llevé a las niñas a la guardería y Jess irá a la escuela con Polly. Eva ya no podrá ir a casa desde hoy, me lo ha dio ayer por la noche. He pensado que puedes cuidar un tiempo a las niñas hasta que consiga una nueva Nanny. Las niñas llegan a las tres y media e irán a la casa de John Walker, nuestro vecino. Por favor cuando llegues si podrías ir a buscarlas de ahí. Gracias y ¡Ten un lindo día!»

Regresé a la cocina e intencionalmente me quedé viendo la manera en que los músculos de la espalda de Adam se movían al servir el desayuno en un plato. Antes de que se diera cuenta, fui rápidamente a sentarme junto a la mesada. Luego de un momento, pasó su brazo derecho por encima de mi hombro para dejar el plato frente a mí, chocando su pecho contra mi espalda.

—¿Estás bien? —preguntó cerca de mi oído, luego sonrió y dijo:—. Te noto un poco nerviosa. Y se te cae la baba.

—Sí, porque tengo hambre —dije en seguida y me moví para servirme una taza de café humeante—. No sabía que cocinabas. Todo se ve delicioso.

—Uno de mis muchos talentos. —Se sentó a mi lado y lo vi ponerse la camiseta de vuelta—. Bon apetite.

—¿Qué significa esto?

—Buen apetito.

—Te pasas —dije—. Al desayuno, Adam. Me refiero al gesto. No puedo creer que lo hicieras, ni si quiera te caigo bien.

—No me caes mal, en realidad me caes muy bien. De hecho, creo que yo te caigo mal a ti.

—¿Y por qué harías todo esto? —objeté, sirviéndome unos waffles con sirope.

—Lo hice como una manera de decir gracias por haber dejado que me quedara.

Lo miré.

—¿Ya te vas?

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