Cuarta parte: Vampiro, uno de los vivos

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Me tocó desayunar en el asiento de copiloto de la patrullera de mi tía, a las 8

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Me tocó desayunar en el asiento de copiloto de la patrullera de mi tía, a las 8.35 de la mañana. En otra ocasión, hubiese ido caminado, o podía pedir a Dave que pasara por mí, pero como ya iba llegando tarde, no había tiempo de llamarlo porque entonces él había salido puntual.

Mientras manejaba, mi tía me preguntaba por el grupo de apoyo y mis citas con Patricia.

—No creo tener tiempo suficiente ahora mismo —le dije mientras giraba en una esquina.

Incliné hábilmente mis cereales para evitar ensuciar el tapiz.

—Bueno, pero ahora que te hiciste amiga de Adam creía que querías que vayan juntos.

—No es que no quiera ir, tía Nora. Es que en realidad creo que debería ponerme al día con las actividades del colegio, eso me llevará tiempo —le expliqué.

Aunque en realidad no era cierto ¿Cómo podría importarme el colegio en esos momentos? Estaba pasando por algo mucho más relevante, mi vida había caído en un enorme hoyo cambiando por completo.

Mi tía giró hacia el colegio, y sostuve con las dos manos el tazón casi vacío al pasar por una lomada. Nora metió su patrulla frente a la entrada. Al bajar, la despedí dejando mi tazón en el asiento y cerrando la puerta. Entré a clases. Al aproximarme a la sala de ciencias, mi pulso palpitaba al ritmo del segundero.

Llevaba horas sin dormir. Permanecer despierta toda la noche no fue demasiado difícil; cada vez que se me cerraban los ojos el fuego de la explosión volvía a mi mente vívidamente logrando que no pudiera hacerlo. Gran parte de la noche permanecí en la costa norte de la playa buscando un escondite donde Adam y Ruby pudiesen ocultarse y así evitar que una humana mitad vampiro, sedienta y nueva pudiera atacar a mi familia. A las seis de la mañana, me arrastré hasta la casa para intentar descansar y poder ir a clases. Pero me mantuve alerta todo el tiempo hasta que el despertador anunció que era tiempo de levantarme.

La voz de la profesora Ahern resonó al frente de la clase con el mismo discurso de siempre: «Revisaré las tareas». Que por cierto no tuve tiempo de terminar por ir a buscar a un vampiro en medio de la noche. Ya saben. Lo típico.

Ocupé la misma mesa de siempre, y esperé a que la clase comenzara. De pronto, se me heló la sangre al distinguir a Basha entrando por la puerta del salón. Había regresado. Me miró con sus ojos grises y me saludó con un rápido guiño. Todo mi ser estuvo alerta. Las manos me temblaban y las oculté abriendo mi mochila.

—Nina Mason —llamó la profesora en voz alta, y la miré—. Déjame ver tus cuadernos.

Entrecerré los ojos.

Pasé las siguientes tres horas siguientes en clase intentando no mirar los relojes sobre las diversas pizarras y, luego mirándolos y sorprendiéndome de que ni siquiera hubieran pasado un minuto desde la última vez que lo había mirado. Pero por más que pareciera que filosofía de la tercera hora no iba a terminar nunca, terminó. Y de repente estaba en la cafetería con el resto de mis amigos.

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