Bajo el hechizo

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Ni siquiera me molesté en avisarles a mis tíos que iría a cenar a casa de Basha. No lo sabía nadie y por alguna extraña razón, no me importó y fui de todas formas.

Al aproximarme a la casa disminuí el paso y divisé el techo de tejas españolas. Ya me sabía de memoria el camino hasta su casa. Quedé delante del porche, y por primera vez sucedió que: no tuve miedo de estar allí. Pero dudé en llamar a la puerta ¿Realmente debería estar aquí? Por supuesto que sí, algo había hecho que apareciera ahí y estaba bien, ¿por qué iba a estar mal? Basha era un compañero de la escuela que estaba esperándome, ¿cómo iba yo a negarme a su invitación? Mis ideas eran un torbellino, así que no me acordé en qué momento llamé a la puerta, hasta que el sonido retumbó como si del otro lado se extendiera una clase de caverna, y esperé pacientemente.

Pude sentir cómo del otro lado, unos pasos rápidos se acercaban, hasta que la puerta se abrió dejando a Basha a mi vista. Traía puesta una camiseta granate puesta, su pelo bronce resaltaba sus enormes ojos grises que me miraban con atención.

—Mason —me dijo—. Me alegra que vinieras.

—Por supuesto, tú me dijiste que lo hiciera —respondí automáticamente—. ¿No me invitarás a pasar?

—Por supuesto.

—Basha ¿Todavía no llega tu...? —En el fondo divisé a James Greyson. Se acercó a nosotros y la puerta se abrió más dejándome verlo por completo—. ¡Nina! Hola, no te había visto. Eres como una pequeña palomita —saludó—. ¿Qué tal todo? —me preguntó con calidez y me tendió la mano. Yo se la estreché. Estaba dándole la mano a un cazador.

«Palomita» Sentí que tenía que acusarlo de algo, pero ¿Por qué? Ellos solo me invitaron a cenar.

—Sr. Greyson —Logré decir con voz normal—. Todo está perfecto ¿Y usted?

—Igualmente—me dijo—. Qué bueno que estés aquí, aunque no sabía que tú y Basha fueran tan buenos amigos.

—Papá —dijo Basha, secamente.

Me solté de su mano.

—Bien. No diré nada más —dijo y me miró—. Nina, entra ya para cenar con nosotros.

—Sí, entra. —Basha me hizo señas para que entrara. Pasé en medio de ellos e ingresé a aquella casa, que nunca se había sentido tan gélida para mí desde ese entonces.

Caminamos los tres juntos por los pasillos anchos y relucientes de la casa. Cruzamos el salón principal, y al atravesarla, ingresamos a un espacioso comedor. Había una mesa de madera oscura y rectangular en el medio, ya todo estaba arreglado: los platos circulares y blancos, los cubiertos de plata bien pulidos y las copas de cristales listos para llenarlos. Basha me apartó una silla para que me sentara mientras que su padre iba por la comida en la cocina.

La voz de Basha fue como un sonido inesperado junto a mi oído.

—Siento que no cenemos solos, pero es que cuando mi papá supo que venías, quiso acompañarnos.

—No te preocupes, a mí me cae muy bien tu padre —le dije.

—Pues a él también le caes muy bien.

Nos miramos mutuamente.

—¡Espero te guste!

La voz del señor Greyson me tomó de sorpresa de nuevo, pero le sonreí con encanto por cenar junto a él esa noche. Dejó una bandeja de carne al horno en el centro de la mesa y cortó el primer pedazo con un largo y afilado cuchillo que relucía bajo las luces de unas velas. La calidez de bienvenida se había trasladado mientras James me examinaba con avidez, a la vez que me sometía a un interrogatorio de «¿Cómo has estado? ¿Te sientes cómoda en la nueva escuela? ¿Hiciste nuevos amigos?»

La Marca©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora