Verano de 1939
El canto de las chicharras llenaba el inmenso campo de trigo que les rodeaba. El sol lucía en lo alto, proyectando aquel calor infernal de verano. A lo lejos, varios campesinos llenaban también sus carros, recogiendo lo sembrado.
Jean tomó uno de los rastrillos y recogió parte del cereal que había amontonado a lo largo del campo. La oca asomó su pico por debajo del carro y Jean le dio una patadita con el pie para apartarla de en medio, no sin asegurarse antes de que Erwin Smoth no le estuviera mirando. El animal protestó con un graznido y regresó a la sombra, bajo el carro. Jean la maldijo por lo bajo. Aquella maldita oca vivía mejor que él.
Al levantar la vista para girarse y continuar cargando el cereal al carro, Jean notó los ojos del pequeño Marco sobre él. El niño le miraba con los labios apretados en una fina línea y Jean le hizo un gesto para que guardara silencio, sonriendo a continuación de medio lado. No obstante, su sonrisa se desvaneció de su rostro cuando el niño, expresión imperturbable, se giró para dedicar toda su atención a uno de los caballos que arrastraban el carro y lo acarició con pesadumbre. Jean tragó saliva, deseoso por poder consolar al niño, pero también sabía que no había nada que pudiera hacerle sentir mejor, así que continuó con su tarea, ignorando por el momento lo que había sucedido. Pinchó de nuevo otro montón de trigo y lo cargó en el carro. Así una y otra vez, sintiendo cómo las gotas de sudor resbalaban por su rostro.
—¡Eh! —Jean se detuvo en sus movimientos al escuchar la profunda voz de Erwin. El hombre asomó por entre los caballos—. No hay que ponerlo todo en el mismo sentido. Si no, en la primera curva se caerán.
—Vale.
—Hay que ponerlo al quincunce. ¿No lo hacéis así en Bélgica?
—Sí, claro. Pero no tenemos... El mismo quincunce.
—¿Cómo que no tenéis el mismo quincunce? —Erwin frunció el ceño.
—Sí, está mejor así —comentó Jean, colocando la siguiente tanda tal cual Erwin le había dicho para evitar tener que seguir respondiendo a otra pregunta. Aun así, el hombre entrecerró ligeramente los ojos, claramente dudando de su palabra, pero, finalmente, dio media vuelta para seguir colocando el trigo por el otro lado del carro. Jean se asomó ligeramente para observar que así fuera y suspiró de alivio al ver que todo parecía olvidado.
Habían conseguido escapar de Alemania. ¿Cómo? Aún no lo tenía muy claro. Quizás la suerte había estado de su parte y, por eso, habían logrado cruzar la frontera de Alemania para llegar hasta Francia.
Jean había pasado la mayor parte de su infancia y adolescencia escuchando por la radio y leyendo en los periódicos los discursos de Adolf Hitler. Sus palabras, hechas para revivir el orgullo nacional tras la Primera Guerra Mundial, caló entre un gran porcentaje de la población. Tras numerosas intrigas, en 1933, Hitler se convertía en Canciller y terminó por implantar una dictadura.
A base de palabrería bien trabajada por Goebbles, se convenció a los ciudadanos de que Hitler era un salvador tras la Gran Depresión. Así nació el Tercer Reich. Hitler impuso desde entonces un gobierno centrado alrededor de su figura. Él era el pueblo y solo él conocía y representaba el interés nacional. La raza aria se convirtió en el símbolo perfecto de todo lo puro en Alemania y los judíos eran la perversión de la raza, enemigos del género humano. Ellos eran el chivo expiatorio por la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y los nazis se encargaban de que ese mensaje calara. Cine, panfletos y demás publicaciones se encargaron de reverdecer el latente antisemitismo de la población. A medida que los nazis estaban ganando poder, los judíos eran más perseguidos. Los campos de concentración eran una realidad.
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Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]
FanfictionLa suave brisa vespertina. El olor a tierra mojada. El aroma del chocolate recién hecho, humeante. La textura de aquellas nubes blancas de algodón que se mecían sobre sus cabezas. El susurro de las bombas. La sangre que manchaba las cunetas. Roja. I...