[XI]

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Los niños correteaban por el descampado, sus risas llenando el oscuro ambiente que reinaba una vez caída la noche. Los adultos acomodaban sus pertenencias en un círculo, alrededor de una serie de farolillos encendidos para proporcionar un poco de luz en el claro en el que se habían detenido para pasar la noche. Los ancianos observaban con sonrisas en sus rostros a los niños. Armin, agachado en un rincón, había abierto la vieja maleta de piel marrón de su abuelo y, discretamente, se estaba echando colonia en un intento por seguir manteniendo su inconfundible aroma a flor de azahar y camomila.

Erwin se paseó entre su gente para asegurarse de que todo estaba bien. Dos mujeres sacaron un par de gruesas colchas con las que resguardarse de las engañosas noches de mayo, frías en comparación con los calurosos días.

–Buenas noches, señor alcalde –saludó Moblit al ver cómo Erwin se acercaba hasta él.

–Buenas noches, Berner, ¿Qué tal? ¿Estáis bien instalados?

–No nos quejamos. Aquí estamos. Lo hemos dejado todo –Moblit hizo una pausa–. Hemos hecho bien en irnos, ¿verdad que sí?

–Sí –Erwin sintió con la cabeza, ocultando la indecisión que aún sentía–. Hemos hecho bien en irnos.

–Sí.

–Bien. Buenas noches.

–Buenas noches –Moblit siguió con la mirada a Erwin, quien se acercó a otra de las familias de Lebouquière para interesarse por ellos.

Desde la lejanía, Eren les observaba sentado en una vieja silla de mimbre. De repente, el ambiente se vio interrumpido por una melodía. Erwin, al igual que el resto, se detuvo en sus acciones y se giró para descubrir de dónde procedía la música. Hanji había sacado de la camioneta un par de mesas y estaba poniendo sobre ellas botellas de licor y vasos.

–En esta primera velada un poco particular, el señor alcalde ha decidido ofrecer una copa a todo el mundo, así que aprovechad porque la comuna paga una ronda. ¡Vamos, venid! –anunció en voz alta, mostrando una sonrisa.

En seguida la gente comenzó a arremolinarse alrededor de la mujer. Ésta dirigió una mirada significativa a Erwin y enarcó una ceja, haciendo que el rubio contuviera una carcajada. Sabía desde el primer momento que Hanji no estaba de acuerdo con su decisión de dejar todo atrás, pero, aun así, ella siempre confiaba en su criterio.

–¿Qué traes? –Eren sonrió al ver a Connie acercarse con unos vasos.

–¡Hey, Eren! ¿Quieres? –el chico le ofreció un poco de vino tinto que había cogido de la mesa de Hanji.

–Oh no –rechazó Eren, pero, aun así, su amigo le sirvió una copa que este terminó aceptando.

–Gracias, Hanji.

–Es un detalle.

–Gracias.

–A ti si te saben dar las gracias –le susurró Erwin a Hanji al oído una vez se acercó a ella sigilosamente. Los ciudadanos no dejaban de proporcionarle a Hanji palabras de agradecimiento a las que ésta respondía con una sonrisa.

–Eso es verdad –replicó con cierta malicia–. Todo el mundo me ha dado las gracias. Menos tú.

–Gracias –susurró Erwin de nuevo, dándole una palmadita en el hombro.

–Venga, ven –insistió Hanji, mucho más animada tras escuchar lo que quería oír de boca de Erwin. Ésta le tomó del brazo y le llevó al centro del campamento improvisado para bailar, tal y cómo hacían siempre en el bar, para desgracia del alcalde que debía ser arrastrado. A su alrededor, más parejas pronto se les unieron y, por un momento, olvidaron que ya no estaban en Lebouquière y que ya no estaban en guerra.

Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora