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El silencio era sobrecogedor. Pero, ¿quién quería hablar cuando lo único que les esperaba era la incertidumbre? Caminaban en silencio, carros arrastrados por caballos o mulas mientras algunos, los más calurosos, se abanicaban buscando un poco de aire fresco tras pasar varias horas bajo el incesante sol de mayo. A lo lejos, un coche estaba detenido en un camino paralelo al suyo. La familia del vehículo estaba intentando arrancarlo sin éxito, pero, en vez de ayudarlos, miraron para otro lado. No eran tiempos para la bondad. Tenían un largo camino a Dieppe y no debían detenerse más de lo necesario.

Armin caminaba un poco más atrás de la camioneta que arrastraban los caballos de Erwin junto al carro. Había aminorado sus pasos para ponerse a la altura de Eren y poder entablar conversación con él, pero, al cabo de las dos horas aproximadas, habían terminado por quedarse mudos, como si fueran dos desconocidos. Armin estaba dispuesto a olvidar lo que Eren le había dicho, pero había fracasado en el intento y todas las cosas que se habían dicho hacía unos meses seguían pesando para ellos. Lo intentaban, pero la situación no era normal entre ambos.

Posó sus ojos momentáneamente sobre Marco. Debido al calor, el niño había optado por quitarse la chaqueta de su traje de pantalón corto marrón y dársela a Hanji para que la guardara. Caminaba junto a uno de los caballos, Hitler –en opinión de Armin un nombre de los más impropio y desagradable para un animal–, el más fiero de los dos equinos que poseía el alcalde. Y, curiosamente, era de lo más manso con Marco.

–¿Te importaría hacer de explorador?

Armin siguió con la vista al frente, sin dirigir ni una sola mirada hacia Erwin. El hombre se había acercado hasta él, pretendiendo no estar interesado en él, pero, desde el principio, Armin sabía de sus intenciones. Quería hablarle y lo había hecho.

–¿Explorador? –preguntó, enarcando una ceja. No había olvidado las palabras de Erwin sobre Marco, cómo pretendía que dejaran al niño tirado– ¿Y qué se supone que tengo que hacer exactamente?

–Te adelantas con tu bici para ver si podemos salir a la Nacional sin peligro.

Armin no respondió. Tras unos segundos de reflexión, el rubio aceleró el paso para alejarse de un Erwin que le miraba con la comisura de sus labios ligeramente hacia arriba, en una sonrisa prácticamente imperceptible. De un saltito, Armin se subió a su bicicleta y comenzó a pedalear, alejándose a gran velocidad.

Resultaba inquietante que el único sonido que le acompañara fuera el de los pedales de su vieja bicicleta, ligeramente oxidados por el paso del tiempo, y. de vez en cuando, el piar de ciertos pájaros. A lo lejos, hectáreas de campo, de un verde intenso, se extendían frente a sus grandes orbes azules. No había nadie. No había nada.

Soltó una carcajada que se llevó el viento que removía su cabello del color del oro. Se sintió estúpido, estúpido por haberse asustado de un par de palomas que salieron volando de un árbol cercano al camino que seguía. Y, por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre y carente de preocupaciones. Soltó los mandos de la bici y estiró sus brazos hacia lo alto, disfrutando del momento e intentando atrapar con sus pequeños y finos dedos las nubes de algodón que manchaban el firmamento.

Tras varios minutos de pedalear, le pareció escuchar ruido de muchedumbre a lo lejos. El final del camino que debían seguir en un principio estaba a unos pasos de distancia, así que se detuvo y se bajó de la bicicleta. Anduvo unos metros y llevó una mano a sus ojos, intentando cubrirse de los anaranjados rayos de sol que amenazaban con cegarle.

Sintió una punzada en el estómago. Miles de personas recorrían la Nacional, ya fuera a pie, en coche o en carros. Un camión parecía haberse averiado en medio de la calzada y los que pasaban por su lado le arengaban con insultos que Armin no llegaba a comprender por el barullo y la lejanía. Mujeres, hombres y niños. Y, también, soldados, jóvenes que ya cargaban en sus hombros el peso de algunos de sus actos. Todas aquellas personas, estancadas en aquella carretera, huían de la amenaza inminente que suponían los alemanes.

Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora