Eren dio un trago al licor y se apoyó en el respaldo de la silla. Armin rodeó la mesa para recoger el plato de su amigo y lo dejó en la pila.
—Deja eso —Eren rodó los ojos. Conocía a Armin lo suficiente como para saber que sus intenciones eran limpiar los platos.
—No voy a dejar esta pila de platos aquí acumulados.
—Eres mi invitado. Estás cenando en mi casa, Armin.
—Seré tu invitado, pero también soy tu amigo y te digo que eres un guarro, Eren.
—¡Eh! —Eren le señaló con su dedo índice de forma acusatoria— ¿Qué clase de invitado insulta al anfitrión?
—La clase de invitado que odia la suciedad —replicó Armin tomando el estropajo y el jabón.
Eren se había enfadado con él la tarde en la que habían quedado para cenar con Sasha y Connie y Jean se había presentado por sorpresa en el colegio. Como siempre, Eren había tenido que cubrir su ausencia y, unas dos horas más tarde, Armin había aparecido moralmente destrozado. Respondió que solo estaba cansado tras un día de locura con los niños en la escuela a las preocupaciones de Sasha y Connie, pero Armin había podido escuchar cómo el interior de Eren estallaba por la ira.
Eren odiaba a Jean. Era mutuo y todo el mundo en el pueblo lo sabía. Cada palabra de uno venía acompañada de la réplica del otro. Según Armin, el problema residía en que los dos eran iguales, de ahí el choque de personalidades, pero los dos insistían que no se parecían en absoluto. Y ahí estaba Armin, como siempre, dudando entre las dos orillas. No obstante, no es que tuviera que elegir entre uno u otro, pero resultaba complicado, sobre todo cuando él prefería evitar los conflictos a toda costa.
Eren era su mejor amigo desde que Armin tenía uso de razón. Eren había sido siempre un niño más bruto e hiperactivo, todo lo contrario que él, pero, cuando estaba con Armin, Eren sacaba a relucir una faceta desconocida para todo el mundo. Si había alguien a quien siempre escuchaba, ese era Armin. Él era siempre el primero en conocer cuáles eran sus dudas, sus problemas y, también había sido el primero –y hasta el momento el único– en conocer su orientación sexual. Armin había tenido miedo, mucho, de decirle a Eren que se sentía atraído por el mismo sexo, pero no pudo ocultarlo más cuando en Lebucquière apareció aquel joven de 23 años llamado Jean Kirschtein acompañado de un niño pequeño que decía ser su hijo. ¿Qué iba a pensar Eren? ¿Querría seguir teniendo relación con él después de revelarle su secreto? ¿Y qué sucedería si el resto del pueblo se enteraba?
Por otra parte, estaba Mikasa. Sus padres habían sido asesinados por unos bandidos cuando ella era solo una cría y, desde aquel momento, los Jaeger se habían ocupado de ella, convirtiéndose en la hermana de Eren y, por qué no, también en la mejor amiga de Armin. Ésta era una joven taciturna y reservada, pero también protectora. Armin nunca había hablado con ella sobre cómo se sentía, pero suponía que no hacía falta porque Mikasa era demasiado intuitiva. Los niños solían meterse con él en el colegio por su aspecto afeminado y, aunque Eren siempre se disfrazaba de salvador, era en realidad Mikasa quien terminaba ayudando más a Armin. Así que había terminado perdiendo a su máxima valedora cuando ésta decidió convertirse en enfermera con el objetivo de poder alistarse al ejército, ya que aquella era la única forma de que una mujer experimentara lo que era una guerra. Aquella decisión había cabreado a Eren y aquel enfado le seguía durando, pero Armin había terminado por resignarse, decidido a apoyar a su amiga y, cada cierto tiempo, compartían cartas en las que ella les informaba sobre cómo iba su formación.
Armin recordaba todas aquellas mañanas de domingo en la iglesia, cuando asistían a misa. Sus padres nunca habían sido especialmente creyentes, pero el 'qué dirán' siempre era más fuerte y asistían a misa por el simple hecho de aparentar, de no ser los únicos en ausentarse. Durante toda su infancia, Armin había escuchado de boca del párroco que acudía a dar la misa a distintos pueblos de la zona que el amor solo podía darse entre un hombre y una mujer. Por eso, Armin se sentía como un monstruo, una mancha en la sociedad que debía ser exterminada.
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Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]
Hayran KurguLa suave brisa vespertina. El olor a tierra mojada. El aroma del chocolate recién hecho, humeante. La textura de aquellas nubes blancas de algodón que se mecían sobre sus cabezas. El susurro de las bombas. La sangre que manchaba las cunetas. Roja. I...