El frío de la mañana había comenzado a congelar la punta de los dedos de sus manos, pero no le importaba. Significaba que nada de lo vivido el día anterior había sido un sueño. Seguía vivo. Era el único miembro con vida de su escuadrón.
Levi Ackerman levantó la vista, sus ojos ligeramente dañados por la claridad que aquel cielo blanco le provocaba. El aerogenerador de Lebouquière se movía lentamente, produciendo un chirrío que le taladraba el tímpano. Sus aspas, oxidadas y desgastadas por el paso del tiempo, le producían cierto disgusto al mostrar aquel tono marrón sucio.
Tras varios segundos de reflexión o, más bien, de pensamientos vacíos, el sonido del aerogenerador se vio acompañado por otro que, durante unos instantes, Levi desconoció. A medida que aquel tenue sonido se fue incrementando comprendió que se trataba del ruido que producían unas ruedas contra la gravilla del camino. Esperó pacientemente y, poco a poco, una figura comenzó a dibujarse a través de la espesa niebla matinal.
–Hannes –saludó con su marcado acento escocés.
El hombre detuvo la bici y se bajó de ella con poca gracia, trastabillando al poner el pie en el suelo. Levi enarcó una ceja, especialmente cuando le vio sonreír como un idiota.
–Aquella octava botella fue un error –comentó el hombre mientras se acercaba a él. Levi se mantuvo con el rostro impasible y, cuando Hannes se puso a su altura, elevó los dedos de su mano para indicarle cuántas botellas había abierto la pasada noche en realidad–. Ohhh... ¿¡Nueve!?
–Sí –respondió Levi. Aquel tipo tenía un problema con la bebida, pero no era nadie para darle lecciones.
–Qué le vamos a hacer –Hannes soltó una carcajada. El hombre se acercó hasta una bomba que giró y, por la manguera, comenzó a salir agua que colocó en un bebedero–. Ahora vuelvo. Voy a llenar otro pilón en el pueblo –le explicó, elevando la voz más de lo necesario y haciendo aspavientos con las manos. Hannes se estaba esforzando por hacerse entender, pero lo que no sabía es que eso le hacía parecer un idiota.
–Muy bien –se limitó a decir Levi, observando cómo Hannes se montaba otra vez en su bicicleta y se alejaba de nuevo por el camino.
Al quedarse solo de nuevo, la curiosidad pudo con Levi. Echó un vistazo a su alrededor, como si estuviera prohibido lo que deseaba hacer, y, al ver que no había nadie, abrió la puerta de metal pintada en verde del aerogenerador. Por dentro, se trataba de un espacio diáfano, frío y sombrío, en el que simplemente había una escueta y vertiginosa escalera hasta lo más alto. Tras subir por ella, tiró con fuerza de una trampilla y, al abrirla, asomó ligeramente sus ojos por ella. No había nada en la superficie, pero, igualmente, salió para asomarse desde esa altura. Abajo, un grupo de vacas se había reunido en torno al bebedero y mugían, empujándose las unas a las otras. Levi las observó desde lo alto, carente de vértigo y, por primera vez, sintiéndose poderoso.
Una suave brisa revolvió su cabello negro. Se apartó un mechón de pelo de su flequillo y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta militar, por fin limpia y desprendiendo aroma a jabón de Marsella, el único que había encontrado por la casa la tarde anterior. Se sorprendió al encontrar en su interior, algo arrugado, un paquete de tabaco y un mechero. Y, entonces, lo recordó. Era el de uno de sus soldados. Él no fumaba. Lo consideraba una forma estúpida de morir y su olor se impregnaba en la ropa, poniéndola además de un color de lo más desagradable. Todo tenía aspecto de sucio por culpa del tabaco y él odiaba cuando eso sucedía. Pero, ahí estaba, subido en lo más alto de un aerogenerador, observando las extensiones de campo que le rodeaban por kilómetros. Era una visión hermosa y, a la vez, solitaria ante la ausencia de gente. Aquel sentimiento desolador despertó en él un deseo inusual y sacó un cigarro del paquete. Prendió mecha, pero éste no se encendió.
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Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]
FanfictionLa suave brisa vespertina. El olor a tierra mojada. El aroma del chocolate recién hecho, humeante. La textura de aquellas nubes blancas de algodón que se mecían sobre sus cabezas. El susurro de las bombas. La sangre que manchaba las cunetas. Roja. I...