[III]

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Armin dejó que la carcajada ascendiera por su garganta y se escapara entre sus labios. Apoyó su espalda en el respaldo de la silla y soltó todo el aire retenido en sus pulmones. El sonido de su voz se fusionó con la de Eren mientras Connie emitía un suspiro de resignación, sabedor de que, una tarde más, había sucumbido ante el ingenio del rubio en las cartas.

—¿No se suponía que lo tuyo era el ajedrez? —protestó el chico, tomando su jarra de cerveza fría.

—No es mi culpa que no cuentes las cartas —respondió Armin, tomando con entusiasmo las monedas que Connie tanto había insistido en apostar y que había terminado por perder.

Tras depositarlas en el bolsillo de su pantalón de pinzas, Armin colocó sus manos alrededor de la taza contenedora de un café con leche bien caliente. Aquel invierno estaba siendo especialmente duro. La ausencia de lluvia para la zona en la que se encontraban había instalado un frío seco que provocaba en Armin grietas en la piel de sus finos y delicados dedos. Pero definitivamente, no había nada mejor para combatir el frío que la calurosa sensación que le provocaba estar en compañía de aquellos a los que consideraba su familia.

—Erwin lleva mucho tiempo reunido —comentó Eren, terminando de barajear las cartas para repartirlas de nuevo.

—Es increíble que haya venido alguien hasta aquí pidiendo refugio. ¿Tan seria está la cosa fuera de Francia?

—Deberías leer más el periódico, Connie —Armin tomó su mano de cartas y las observó con detenimiento—. Dicen que en Berlín se ha descubierto la fisión nuclear.

—Fi-¿qué?

—Fisión nuclear —repitió Armin—. Al parecer, el uranio puede producir grandes cantidades de energía.

—Pfffttt... —Eren rodó los ojos— ¿Y para qué demonios van a usar eso?

—Si por ti fuera, Eren, nadie haría nada y la humanidad seguiría destinada a vivir como cavernícolas.

—Eso no es cierto —replicó el castaño, siguiendo la jugada de Connie—. Seguro que lo usan para la guerra. ¿De que si no huiría el tipo que ha venido?

—Creo que es belga, no alemán —intervino Connie.

—Eso no tiene nada que ver. Dicen que Hitler tiene deseos expansionistas. Podría invadir Bélgica en cualquier momento. Ya ha invadido países como Austria y Polonia durante este año. Supongo que el tipo que ha venido hasta aquí querrá darle a su hijo una vida mejor.

Las miradas de los tres se dirigieron a una de las esquinas del local de Hanji. Sentado en una banqueta había un niño de cabello negro y mejillas pobladas de pecas. Hanji le había puesto un poco de leche caliente y algo de pan con azúcar que todavía no había tocado.

—Me sigue pareciendo una tontería hacer eso —añadió Eren—. Hay que luchar contra esa gente. Yo lo haría. Se ha desplazado cientos de kilómetros hasta aquí con un niño pequeño. ¿Cuántos años tendrá? ¿Cinco? Es una locura... Para que luego Hitler decida quedarse en su casa y no invadir Bélgica.

Armin miró a su mejor amigo de reojo y frunció ligeramente el ceño. Eren nunca cambiaría.

—Armin —el rubio se giró al escuchar la voz de Hanji dirigirse a él—, Erwin quiere verte.

—¡Estamos en medio de una partida! —protestó Connie.

—Me temo que no puede esperar. Necesita que le ayudes con unas cosas. Tiene que ver con el muchacho que ha venido pidiendo refugio.

¿Muchacho?, pensó Armin mientras se ponía en pie. Mientras se dirigía hacia la puerta del bar, echó un último vistazo al crío. Hanji se acababa de referir al belga como 'muchacho', pero, por mucho que aquel niño no tuviera más de siete años, su padre debía de ser más mayor que él.

Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora