Tras varios kilómetros recorridos en la moto con sidecar, el vehículo dijo basta a la entrada de un pequeño pueblo. Jean farfulló una serie de improperios mientras golpeaba el manillar de la motocicleta con rabia. Levi, sentado en el sidecar, le miraba de reojo, sin atreverse a pronunciar palabra. Desde lo que le había pasado a Hannes, el castaño había estado de mal humor y, con muy pocos modales, había echado a Levi de la moto para conducirla él, hecho que Levi había preferido pasar por alto dada la pérdida que Jean acababa de experimentar. Le había permitido conducir si así ocupaba sus pensamientos en la conducción en vez de en la visión de la bala perforando la frente de Hannes.
–It's broken (Está rota) –terminó por pronunciar Levi al ver que Jean seguía dándole al pedal sin mucho éxito. El chico no cejaba en su empeño y, al escuchar al moreno, emitió un gruñido de frustración.
Jean puso en pie y le dio una patada al vehículo. Sin más, comenzó a caminar por una de las estrechas calles del pueblo. Levi, siendo comprensivo con el chico, recogió la gaita de Hannes, que aún viajaba con ellos, y comenzó a seguir a Jean, que se desplazaba dando grandes zancadas.
El pueblo, por su aspecto, parecía abandonado. Muebles, hechos añicos, estaban apilados en las calles y las puertas de las casas estaban abiertas. Jean enfiló hacia la derecha, hacia el colegio del pueblo, del que la mayoría de los cristales de las ventanas estaban rotos. Levi presionó sus labios en una fina línea, viéndole marchar y, finalmente, al verle entrar en el edificio, sacó su arma y caminó al lado contrario para encontrar, quizás, algo de comer o de beber.
No tardó en dar con una pequeña tienda a un par de metros de donde se encontraban. Abrió la puerta y, no sabía si decir por su aspecto poco amigable, el matrimonio que la regentaba se colocó rápidamente contra la pared y se llevó las manos a la cabeza. Levi les observó imperturbable desde la puerta. Los dos temblaban como corderillos. Por el aspecto de la tienda, no le costó mucho imaginar que las circunstancias de la guerra habían llevado a alguien, seguramente a un grupo, a asaltar aquel pequeño local. Se acercó a uno de los estantes y tomó una botella de licor, se giró para mirar al matrimonio de nuevo y, antes de hablar, el hombre le interrumpió.
–I-Invita la casa.
Levi se limitó a asentir con la cabeza en forma de agradecimiento y abandonó a aquella pobre gente que solo parecían desear que se marchara de allí cuanto antes.
Cuando entró en la escuela, no había absolutamente nadie. Resultaba casi aterrador comprobar las aulas desiertas. Libros y hojas apiladas comenzaban a amarillear por el paso del tiempo y el olvido de ser amontonados y dejados atrás. Tras asomarse en varias clases, Levi percibió la figura de Jean, sentada frente a la pizarra y con la mirada perdida. Levi se acercó lentamente a él, colocándose detrás de él y, gracias al poco conocimiento del francés que poseía y que le permitía entender lo que ponía, comenzó a leer en voz alta.
–Jean: Hemos parado aquí para descansar. El maestro Arlert está cuidando muy bien de mí. Es muy simpático. Le he dado una foto de ti y de mí a Pauline porque nos queremos. Un beso muy fuerte. Marco.
Al finalizar de leer, un silencio sepulcral se estableció entre ambos durante varios segundos. Finalmente, Jean rompió a llorar, cubriéndose el rostro con ambas manos. Levi chasqueó la lengua y miró para otro lado, incómodo ante la situación y su falta de conocimiento de qué hacer en esos casos. Comprendía su dolor, comprendía toda la frustración y el miedo que Jean sentía, pero se veía incapaz de decirle las palabras que necesitaba escuchar, al menos de una forma reconfortante.
–¿Has visto que algunos acentos son diferentes? –le preguntó Jean, levantando la vista. Levi volvió a mirar a la pizarra. Efectivamente, mientras unos acentos estaban torcidos y la tiza ligeramente corrida, otros eran firmes y rectos, hechos con un trazado impoluto– Eso es cosa de Armin –una leve risa se escapó de los labios de Jean.
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Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]
FanfictionLa suave brisa vespertina. El olor a tierra mojada. El aroma del chocolate recién hecho, humeante. La textura de aquellas nubes blancas de algodón que se mecían sobre sus cabezas. El susurro de las bombas. La sangre que manchaba las cunetas. Roja. I...