Mayo de 1940
Habían pasado nueve meses desde que Alemania le había declarado la guerra a Francia. Nueve meses de incertidumbre y nueve meses sin saber nada de Jean Kirschtein. Erwin, cuya mirada había dejado fijada sobre la madera del suelo, levantó los ojos, buscando algo de ayuda en el busto de la república que había sobre la esquina de su despacho en el ayuntamiento. La bandera de Francia, a su lado, reposaba inerte. Tan inerte como el espíritu de Lebucquière desde que se había conocido la noticia de que Jean Kisrchtein era alemán y había sido condenado por espionaje.
—Ha llegado la gente —Hanji colocó una mano en su hombro, dándole los ánimos que le faltaban. Vestía de negro, el color del luto. Un presagio.
—Estoy listo —el rubio se puso en pie y se giró para que Hanji le colocara la camisa y la chaqueta antes de salir.
Fuera le esperaba su pueblo. Caras de incertidumbre y, entre ellas, localizó rápidamente la de Armin. Junto a él, rostro medio oculto en el brazo del muchacho, estaba Marco, aferrado a la mano de Armin como si su vida dependiera de ello. No obstante, la pequeña Pauline se acercó hasta él.
—¡Hola! —la niña le tocó en el brazo y salió corriendo. Marco miró a Armin, quien le sonrió, y el niño se soltó de su mano, corriendo detrás de la hija de los Sabourin.
—Venid —anunció Erwin, captando la atención de los allí presentes para que se acercaran y pudieran escucharle mejor—. Acercaos —cuando la gente se arremolinó a su alrededor, continuó—. Me acaban de llamar por teléfono de la prefectura —Erwin, subido a un carro para que todos pudieran verle, hizo una larga pausa—. Los alemanes están a las puertas de Arras desde esta mañana temprano.
—No es posible —un murmullo se extendió rápidamente y muchos se empezaron a inquietar.
—Que no cunda el pánico —intervino Erwin antes de que aquello fuera a más—. La ciudad está defendida por los británicos, como en el 14.Y en esa época Arras nunca cayó. Los alemanes aguantarán el tiempo que haga falta, pero se les acabará mandando a su casa como la última vez —aquello pareció convencer a la gente, que parecía más animada—. Hace un año, el gobierno nos dio consignas en caso de invasión. Cada comuna del norte de París recibió instrucciones para que los habitantes pudieran marcharse a ciudades de acogida situadas más al sur. La prefectura nos pide que apliquemos esas consignas ahora. Y lo que vamos a hacer es nuestro deber.
Tras aquellas palabras, la reacción fue en cadena. Nadie daba crédito a lo que su alcalde decía.
—Debemos irnos a Dieppe—sentenció Erwin.
—¡Qué!?
—¿¡A Dieppe!?
—¿¡Cómo!?
—¿Tan lejos?
—En el Sena inferior —prosiguió Erwin, elevando la voz para hacerse escuchar entre los quejidos de la población—. Vamos a abandonar provisionalmente nuestros campos y nuestras casas para marcharnos a Dieppe tranquilamente —Erwin tuvo que elevar la voz para hacerse escuchar ante la indignación de sus vecinos—. Tranquilamente. Como se nos pide.
—Nos dijeron que estaríamos escoltados por la gendarmería —intervino Eren—. Pero, ¿dónde están los gendarmes?
—¡Eso es!
—¿Dónde están?
—¿Sabéis qué? —Erwin fijó sus ojos azules en todos y cada uno de los allí presentes— Yo tengo confianza. Y no necesito que me lleven de la mano para ir a cualquier parte.
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Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]
FanfictionLa suave brisa vespertina. El olor a tierra mojada. El aroma del chocolate recién hecho, humeante. La textura de aquellas nubes blancas de algodón que se mecían sobre sus cabezas. El susurro de las bombas. La sangre que manchaba las cunetas. Roja. I...