Armin tenía los pies molidos y sentía que le dolía todo el cuerpo. Siempre le sucedía lo mismo. Terminaba por dejarse arrastrar por Eren para ir juntos al río, como todos los veranos. Connie terminaba enterándose y se apuntaba también y, claro, si Connie iba, Sasha tenía una especie de radar y también se unía a ellos, a pesar de que su tripa era cada vez más abultada y de que sus pies se hinchaban por el calor.
Que no le malinterpretaran. Adoraba a sus amigos. Pero lo que pretendía que se convirtiera en una tarde de verano más, leyendo bajo la sombra de uno de los árboles a la orilla del río mientras Eren le insistía en que probara lo buena que estaba el agua, se terminaba convirtiendo en una especie de batalla campal. Así que tras varias horas de chapoteos, ahogadillas y saltos desde una de las rocas, Armin soñaba con entrar en su habitación y dejarse caer sobre la cama. Sobre su escritorio le esperaban un montón de trabajos que debía corregir cuanto antes. El trabajo se le acumulaba.
—¿Lo habéis pasado bien? —le preguntó Erwin desde las escaleras. Llevaba puesta ropa más cómoda en vez de sus pantalones de pinzas y su camisa blanca, pero ver al alcalde con ropa más de estar por casa no era ninguna novedad para él.
—Sí. Estoy agotado —respondió oliendo la carne que había en un plato sobre una de las mesas del bar—. Aunque Eren y Connie son unos cabezotas y, por no hacerme caso, se han achicharrado los hombros. El agua hace efecto lupa y potencia la radiación solar que la piel recibe. Se lo he dicho miles de veces, pero no hay manera.
—Ya veo —Erwin curvó los labios en una ligera sonrisa, imperceptible para Armin, que estaba más pendiente de llenar su estómago—. Hanji ha dejado eso para ti. No te acuestes tarde —Erwin hizo el amago de marcharse, pero, antes, se dirigió de nuevo a él—. Y no hagas mucho ruido. Marco estará ya durmiendo. Se ha pasado todo el día en el campo con Jean. Estaba agotado.
Armin asintió, observando a Erwin, entonces sí, desaparecer por las escaleras.
A pesar de los años, a Armin le seguía pareciendo curioso que solo los que vivían bajo ese techo supieran exactamente quién era Erwin Smith. El resto de habitantes del pequeño pueblo en el que vivían, Lebucquière, le consideraba la máxima autoridad, cosa lógica teniendo en cuenta el imponente aspecto del rubio. No obstante, Erwin se preocupaba, era amable y pensaba en los demás. Mucho más de lo que el resto creía. Connie solía bromear con la escasez de sonrisas que Erwin mostraba, pero Armin le había visto sonreír en muchas ocasiones, incluso reír a carcajadas. Pero eso siempre había sucedido cuando estaban a solas, especialmente cuando Armin era pequeño.
Erwin era alguien muy especial para él. Tras perder a sus padres en una epidemia que arrasó con muchas vidas en el pueblo, Armin quedó huérfano. ¿Quién querría ocuparse de un niño de nueve años? Suficiente tenía la gente con superar el resto de sus problemas y con intentar no contagiarse. Pero Erwin lo hizo.
Armin aún recordaba aquel día, de verano también, con una enorme tormenta de nubarrones negros como su corazón ensañándose sobre sus cabezas. Estaba acurrucado bajo el quicio de la puerta de su casa, intentando no mojarse, pero siendo sus esfuerzos en vano. Sus zapatillas estaban mojadas y manchadas de barro y solo servían para tirarlas a la basura. Así que sintió ganas de llorar porque su madre le habría regañado por ser tan descuidado. Pero eso ya daba igual, porque no volvería a escuchar su voz. Ni la suya ni la de su padre diciéndole que no pasaba nada, que ya comprarían otras.
Las primeras lágrimas comenzaron a derramarse y, a través de ellas, vislumbró dos pies que se situaron frente a él. Levantó la vista y un rayo iluminó el rostro imperturbable de un Erwin más joven, pero no menos intimidante. No le dijo nada. Simplemente le tendió la mano y, sin más, Armin marchó con él bajo la lluvia. Pero no sintió frío, sino calor. El calor que le proporcionaba sentir que le importaba a alguien, alguien que estaba dispuesto a darle un nuevo hogar.
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Respiraciones [Jearmin. 1940 AU]
FanficLa suave brisa vespertina. El olor a tierra mojada. El aroma del chocolate recién hecho, humeante. La textura de aquellas nubes blancas de algodón que se mecían sobre sus cabezas. El susurro de las bombas. La sangre que manchaba las cunetas. Roja. I...